Una nominación contra la reflexión
Aunque ternada como Mejor película en la ceremonia de los Oscar que aun se desarrollaba al cierre de esta edición, la obra no posee el sustento de anteriores films del realizador, como Billy Elliot, Las horas o la polémica El lector.
Cuando el lector ya tenga este diario en sus manos, y ciertamente para muchos esto ocurrirá mucho antes, ya será de público conocimiento el resultado final de esta última entrega de los premios Oscars, en la que, aún no tengo claro, ni encuentro fundamento alguno, los motivos por los cuales un film como el que hoy comentamos ocupa un lugar en la categoría de los nominados a "Mejor película", junto a títulos como El artista de Michel Hazanavicius, Hugo de Martin Scorsese y Medianoche en París, entre otras. Y es que Tan fuerte y tan cerca lleva, en principio, la firma de un talentosísimo realizador inglés, todo un autor en sí, que a la edad de cincuenta años se sintió tentado por la gran industria, la que lo hoy lo recompensa, desde el sello Warner, ostentando la tradición de un emblema, ocupando un sitial en el lugar de las nominaciones.
Pero no hablamos sólo de un viaje geográfico, sino de una distancia que se mide en término de un alejamiento que va perdiendo de vista, que va dejando de lado, a medida que avanza el film, aquellos lugares en los cuales cada espectador podía encontrar un lugar de reflexión, su propia pausa; ese renglón de duda, que no está marcado precisamente por un concepto convencional de intriga. Como lo había logrado admirablemente en films como Billy Elliot, Las horas y la tan polémica y abiertamente crítica El lector.
Una fuerte marca de ese cine industrial, a la que seguramente su realizador no habrá podido oponerse, es la que define la pareja protagónica, para quien firma esta nota ya muy difícil de verlos en pantalla, integrado por los siempre oscarizados Tom Hanks y Sandra Bullock. Y por otra parte, volver sobre el escenario trágico del 11?S hubiera merecido alguna que otra reconsideración que lo alejara a este primer actor del episodio central y que colocara más ante el espectador, ante sus ojos, al hombre de todos los días, sin destacar esa estelarización, en tanto estamos ante un suceso que compete a lo colectivo.
Pero ya lejos Daldry de aquellos relatos en los que un determinado pulso permitía que la tensión dramática se moviera abriendo fisuras, interrogando a la propia historia de lo que iba aconteciendo, arroja aquí, en Tan fuerte y tan cerca, desde una omnipresente voz en off, un film que se puede pensar como dos. Aquel que el sistema USA impone y el que el director trata de hacer fluir por otros carriles. De esta manera lo que compete al escenario familiar, a la relación de este niño, que experimenta un cierto autismo, con sus padres (particularmente con su padre), va en una dirección: el que marca el canon del estereotipado género, ya sea por repetición, flashbacks, subrayados musicales. Y por el otro, lo que se conecta con el misterioso inquilino, ya anciano, con quien ese niño pactará su desafiante aventura por las calles de Nueva York, permite reencontrarse con personajes que llevan a aquel realizador de films anteriores.
A partir de la novela de J. Safran Foer, su guionista Eric Roth, a quien recordamos por su versión de Benjamin Button de Scott Fitzgerald, organiza una historia en la que, como en el admirado por este crítico film de Martin Scorsese, hay un juego pendular entre un móvil y un motivo: una llave y una cerradura; aunque en ambos casos operen en registros diferentes. En Hugo ligada a la figura de ese autómata cuya llave forjada en forma de corazón pondrá en movimiento el sueño de ese padre que ya no está, continuado ahora en el desvelado deambular del hijo; en el film de Stephen Daldry, una llave, guardada en un sobre escondido en un jarrón azul que lleva en sí una palabra, abre una puerta, una operatoria y un juego de sospechas para ese niño que recibe esto como mensaje cifrado de parte de su fallecido padre. En ambos films, la necesidad de recuperar una voz.
Desde la orilla europea, Stephen Daldry debe haber convocado en esa búsqueda para que acompañe al niño por todas las calles de la gran ciudad, a este personaje que vive secretamente como inquilino al amparo de su abuela, a este anciano interpretado por el noble y veterano Max Von Sydow, quien lleva en sí, en el film, la dolorosa memoria del Holocausto. Privado del habla, atento a las inquietudes de su joven interlocutor, le responderá mediante palabras escritas. Tal vez este sea el capítulo más conmovedor del film: el que atañe, el que descubre y hace crecer este vínculo. El que lleva a que otros rostros se asomen detrás de tantas otras puertas hasta que el niño pueda llegar a un cierto lugar del mapa que se había trazado; en ese aprendizaje, fracturado, que no llega a ser ese melodrama sincero porque apela al golpe efectista, a la fórmula estereotipada. Y que pese a insistir con el motivo de una llave no permite abrir aspectos sobre la identidad, sobre la propias dudas del pequeño Oskar.
El silencioso y veterano inquilino, Max Von Sydow, está nominado en el rubro, según la traducción, "Mejor actor de reparto". Me comenta la profesora Julieta de Zavalía que en el idioma inglés, en el original, esta categoría, "Best supporting actor", equivale a aquellos actores?actrices que, realmente, sostienen, funcionan como soporte, del principal o de algún otro en un pasaje relevante del film. O bien, acompañan de manera decisiva, fundamental.