Tan lacrimógena...
El nuevo film de Stephen Daldry sigue el destino de un niño que perdió a su padre en los atentados del 11 de Septiembre. El tono angustiante del relato termina por abrumar al espectador.
Stephen Daldry es, a esta altura, uno de los realizadores más consolidados de Hollywood. Con Billy Elliot (2000) consiguió un notorio éxito mundial, a los que le siguieron Las horas (The hours, 2002) y The Reader (The reader, 2008), películas que ratificaban su rol de explorador de sentimientos profundos y muchas veces contradictorios. Es decir, a Mr. Daldry le gustan las emociones fuertes. Y vaya que en Tan fuerte y tan cerca (Extremely Loud and Incredibly Close, 2011) las hay… Su nuevo opus se centra en Oskar Shell (Thomas Horn), un niño tan irritante como inteligente (“Me hicieron el test de Asperger”, dice en un momento) al que lo vemos mucho más conectado con papá (Tom Hanks) que con mamá (Sandra Bullock). El destino hace que el padre esté en una de las Torres Gemelas en el día del atentado. Más tarde, Oskar encontrará una llave oculta en el ropero del padre, dentro de un sobre que tiene escrito el nombre “Black”.
Ese hallazgo le dará un nuevo motivo para rencontrarse (ahora, simbólicamente) con papá. El relato irá una y otra vez hacia el pasado, mecanismo que nos servirá para conocer la relación entre lúdica y filosófica que ambos mantenían y que, por lo visto, hizo del muchacho un ser astuto, inspirador, verborrágico e imaginativo. El problema es que a la película no le basta con bucear en el pasado para comprender al personaje en su dimensión humana, también lo hace para profundizar sobre el carácter cuasi masoquista de Oskar, quien escucha una y otra vez los últimos mensajes del padre antes de morir. Y, como si con ello no bastara, la película se encarga de relatar el episodio varias veces, incluso con fotografías e imágenes. Ya conocidas por todos, encima.
Oskar no tardará en trazar un plan tan fascinante como a simple vista absurdo: recorrer todo el Estado en busca de los ciudadanos apellidados “Black”, para descubrir qué misterio se esconde detrás de ese hallazgo fortuito. Y, claro está, encontrará todo tipo de personas. La película hace foco en los más sufridos. Y como si todo esto fuera poco, mientras mamá no sabe qué hacer con su vida (nunca vimos a Bullock tan demacrada), el chico encontrará como ayudante a un misterioso anciano mudo interpretado por el gran Max Von Sidow. Un sobreviviente del Holocausto…
Tamaños sucesos conforman un combo lacrimógeno que –no dudamos- impactará en buena parte de la platea. El argumento exige una exploración de un sujeto de pasiones desmesuradas, lo cual no está mal a priori. El problema es que la película, a tono con el niño, le da la espalda al verdadero drama en pos de escarbar en lo insólito. Espacio en donde solamente encuentra motivos para apelar al golpe bajo. Entonces, condenados al dramatismo más trivial, los personajes pierden su carnadura humana, quedan reducidos frente al mero efectismo. Este aspecto queda muy claro en el uso de la banda sonora. Daldry no confía en sus personajes y en las acciones que llevan a cabo, por eso necesita musicalizarlo todo.
Muchos podrán argumentar que un drama de esta naturaleza no puede retratarse de forma pudorosa. Más que una cuestión de exposición de penas, el problema de Tan fuerte y tan cerca es que la forma se devora al contenido. Tratándose de una transposición de la novela de Jonathan Safran Foer, hubiera sido interesante traducir la literalidad a una zona mucho más contenida y menos obvia. No ha sido el caso.