Una historia a puro efecto... lacrimógeno
El film dirigido por el inglés Stephen Daldry narra la historia de un niño que pierde a su padre en los atentados del 11-S en Nueva York. Una llave será el tesoro que lo conduzca en una búsqueda por conocer algún secreto familiar.
Entre los títulos que abordaron la tragedia del 11-S, fueron pocos los que se animaron a centrar su mirada en el drama en particular, y fueron aun menos los que se animaron al después de una familia, esto es, las consecuencias hacia adentro de la pérdida de un ser querido cuando las Torres Gemelas se derrumbaron por el atentado terrorista.
Pues bien, Tan fuerte y tan cerca se ocupa del tema, y la aprehensión sobre un film sobre la catástrofe, que necesariamente debía trabajar con sumo cuidado y respeto para no derrapar en sensiblerías y manipulaciones, confirma minuto a minuto, escena por escena, todos los temores previos.
El director que se ocupa de la sucia faena es el inglés Stephen Daldry Billy Elliot, Las horas, El lector, que en este caso da fe de su paso a las grandes ligas hollywoodenses con una película que busca en cada momento y con todos los recursos innobles que encuentra, impactar al espectador desde la triste historia de Oskar Schell (Thomas Horn), un niño que perdió a su padre (Tom Hanks) en las Twin Towers. Por esas genialidades del guión a cargo de Eric Roth –y del libro de un tal Jonathan Safran Foer–, el centro del relato es una llave que encuentra Oscar en el armario de su papá y que él supone que será la clave para alguna clase de revelación sobre la pérdida, el crecimiento y el porqué de lo que le está sucediendo.
Cada vez más alejado de su madre (Sandra Bullock), el pequeño recorre de punta a punta Nueva York para encontrar la cerradura de la misteriosa llave, lo que le permite al director hacer algo así como un muestreo de las almas sensibles de la gran ciudad que escuchan la historia del pequeño, que continúa la búsqueda acompañado por su abuelo (Max Von Sydow) mudo y sobreviviente de la II Guerra Mundial. Como para dejar en claro, y que en ningún momento se dude, que cada generación tiene su propia y monstruosa tragedia colectiva.
En paralelo, mientras la película martilla una y otra vez con los últimos mensajes que dejó el padre en el contestador y las fotos ampliadas de una persona lanzándose de los edificios que Oskar cree que puede ser él, también se ocupa de la difícil relación que mantiene con su madre, que vigila su búsqueda en silencio.
Las poco más de dos horas de la película son entonces un recorrido por los sentimientos a flor de piel buscados con ahínco por Daltry, que sabe el efecto que puede causar la música, los ojos tristes de un niño, las caras de la gente “común”, los diálogos justos que generan emoción. La manipulación más desvergonzada.