Una historia trágica que apunta a conmover al espectador
Es muy complicado, casi imposible, juzgar y analizar los aciertos y desaciertos estéticos y formales de este film cuando lo que se pone en cuestión es su calidad, hasta su viabilidad, moral. Una película que toma una tragedia colectiva como el ataque terrorista a las Torres Gemelas y la transforma en un drama personal contado como si se tratara de un cruel cuento de hadas protagonizado por un niño profundamente perturbado alarma desde un lugar que supera la existencia o falta de méritos cinematográficos. ¿Era necesario mostrar el sufrimiento de ese chico que pierde a su padre en las Torres en un primer plano detallado que incluye la autoflagelación? Probablemente no. Si parte del pensamiento posmoderno discute fuerte con la idea de representar el horror, en referencia al cine dedicado a ficcionalizar el Holocausto, aquí, en otra medida, cabe una pregunta similar. La utilización de la imagen -la documental y la recreada para este film-, de las personas tirándose de los edificios a punto de derrumbarse para contar el drama de este niño resulta manipulatoria y más que cuestionable. Que todo se vuelva un juego de detectives como sólo un chico curioso pueda imaginar lo es más aún.
Basado en la novela de Jonathan Safran Foer, la película cuenta con un estilo afectado, casi kitsch, la historia de Thomas (el debutante Thomas Horn), un nene que podría ser autista -las pruebas no fueron concluyentes, explica él mismo-, que vive fantásticas aventuras por Nueva York con su padre. El hombre (Tom Hanks), un joyero que quería ser científico, diseña misterios para que su hijo resuelva y así deba hablar con la gente, algo que al chico le cuesta bastante.
Casi como el París de mentiritas que mostraba y explotaba Jean-Pierre Jeunet en Amelie , el director Stephen Daldry ( Billy Elliot ) construye un Manhattan y alrededores tan artificiosos como la tragedia que el guión del talentoso Eric Roth machaca. Porque acá más que relatar de lo particular a lo general la profunda herida que causaron las muertes de las víctimas del 9/11, todo apunta a conmover al espectador a como dé lugar. No hay espacio para la reflexión ni la emoción genuina cuando la historia vuelve una y otra vez a la imagen de un niño autoflagelándose física y emocionalmente.
Ante tanta manipulación, las actuaciones de Hanks, Sandra Bullock y el precoz Horn, además de los aportes en papeles secundarios de Viola Davis, Max von Sydow y Jeffrey Wright, aunque notables quedan desdibujadas, un elemento más de un mecanismo que funciona sólo tracción a lágrimas.