Tan melodramática y tan obvia...
Tan Fuerte y Tan Cerca es la edulcorada historia y por demás melodramática, de un chico con -supuesto- síndrome de Asperger (esas personas que encuentra dificultades para socializar, que se aturden fácilmente por los sonidos altos y generalmente, son genios) que pierde al padre en el atentado del 11 de Septiembre. Agreguen un anciano mudo, traumado por el Holocausto, y el cocktail parece irresistible para los Oscar mas no para el espectador que no tenga ganas de sufrir. Como el título original bien lo indica, la historia se trata de exceso (extremadamente fuerte, increíblemente cerca), que nosotros vemos y sentimos a partir de las experiencias del joven Oskar Schell.
Antes de morir en el atentado, Thomas Schell dejó tras de sí un juego inconcluso. La expedición de reconocimiento para el sexto distrito de Nueva York. Un tiempo más tarde, Oskar encuentra una enigmática llave con un sobre donde está escrito «Black». Esa podría ser la pista para definir el mayor enigma y legado que podría prolongar la memoria del hombre que más lo entendía a él. Mientras su madre no parece salir del shock emocional, el joven se aventura en la gran ciudad y conoce historias igual de terribles o peores que la suya. Uno de los objetivos de los juegos del padre era ayuda a su hijo a socializar y atreverse a disfrutar el mundo. Los padres son Tom Hanks y Sandra Bullocks, en roles menores pero necesarios, acompañando a otros actores secundarios como John Goodman, Viola Davis y Jeffrey Wright, todos con trabajos más que respetables.
La novela de Jonathan Safran Foster, es, si se quiere, más bien vanguardista. Es el relato a través de un chiquito que ama el francés (nada de esto está en la película), con una singular faceta creativa y muchas -pero muchas- dudas acerca de la vida, la muerte y el amor. La película convierte toda la historia meta-filosófica en una búsqueda cuasi fantástica (es una ciudad de Nueva York de ensueño, de fantasía, sin gente mala y con un héroe que la recorre a pie con una pandereta que lo tranquiliza) en el proceso de conversión de una persona desequilibra, algo mayor para su edad, e irritante en un verdadero niño. Ese es el punto más desconcertante de la película: simpatizar con el pequeño Oskar, que parece demasiado sobreprotegido. Los personajes de Eric Roth (guionista de Forrest Gump, El Curioso Caso de Benjamin Button) son personas extraordinarias en situaciones ordinarias y esta no es la excepción, aunque al guionista le gusta llenar la historia de diálogos sobreexplicativos y dramáticos.
El principal problema del director de aquella película extremadamente solemne, llamada El Lector, es que no puede acultar los hilos que utiliza para manipular emocionalmente al espectador y para peor, algunas veces ni siquiera es algo tan fino como un hilo. Para sacar lágrimas de la tragedia, recurre una y otra vez a la imagen de Tom Hanks cayendo del edificio (¡es el plano inicial!) como poniendo el dedo sobre la yaga una y otra vez hasta que alguien rompa en lágrimas. De la escueta filmografía de Daldry, este quizás sea su film más desparejo, más torpe y obvio. No hay mucho que pensar aquí: se trata de emocionarse o no con la historia que se está contando, llena de golpes bajos. Hay detalles que bordean lo grotesco y absurdo, como por ejemplo, que Oskar entre a un subte con una máscara de gas poco después del atentado a las Torres.
Thomas Horn se luce como el protagonista, pero quien se roba la película es Max von Sydow (el caballero que desafía a la muerte a una partida de ajedrez en El Séptimo Sello) como el misterioso anciano que no habla y se comunica a través de anotaciones. Ellos dos ponen el corazón para que esta historia regular salga a flote. El error no es el elenco: son las decisiones que tomaron los creadores para hacer de esta una de las películas más cerradas y conservadoras que se han visto en mucho tiempo. El modelo a copiar es el del antihéroe que funciona como sinécdoque para toda una sociedad, pero por varias razones eso nunca llega a funcionar. Llenaríamos canales enormes sólo con las lágrimas que derraman los protagonistas, pero Daldry tiene un sentido del humor nulo y es incapaz siquiera de que ese mismo universo tenga algo de gracia.
La simplificación de la novela (también criticada, también elogiada, por grandes autores como John Updike) en un melodrama manipulador y demasiado sentimental no hace que este sea un film inteligente, pero sí hay suficiente talento (Max von Sydow, Thomas Horn, el compositor Alexandre Desplat, los tres se dan cita en un monólogo impresionante que muestra las mayores falencias y aciertos del film) como para volverlo emocionante, si el espectador entra en su juego. Encontré una idea buena, satisfactoria, que es la de volver a un héroe que parece más grande de lo que en realidad es, un viajero cuya recompensa es invisible a los ojos: la -verdadera- maduración que implica dejar de mirar por arriba a los demás y comprender el sufrimiento no sólo el sufrimiento ajeno, sino también la alegría.