Oximorón
Un oximorón son dos términos opuestos que se usan en una misma frase, dando como resultado una respuesta contradictoria.
Esta frase la saqué de Oskar Schell, el protagonista de Tan Fuerte y tan Cerca, cuarto opus de Stephen Daldry, realizador un poco sobrevalorado, cuya filmografía se completa con Billy Elliot, Las Horas y El Lector, tres obras afables, visibles, melosas, atrapantes, cuidadas estéticamente, pretenciosas, donde la narración fluye, pero que caen en decisiones argumentales contradictorias, golpes bajos y otras tentaciones de aquellos directores clásicos que buscan la ostentación y el golpe de efecto antes de una coherente y dinámica respuesta audiovisual. Son básicamente, obras correctas, pero demagógicas.
Las contradicciones u oxiformos de Daldry vuelven a estar presentes en esta adaptación del relato de Safran Foer, adaptado por el siempre romántico Eric Roth (Forrest Gump, Benjamin Button, Munich).
En este caso, dirección, guión, actores e historia están al servicio de conseguir la emoción gratuíta y el efecto lacrimógeno casi obligatoriamente.
Sin embargo, esta imposición de la emoción, que tiene lo peor del cine estadounidense basado en golpes bajos y sentimentalismo, tiene otra cara: como sucede en todos los guiones de Roth, la construcción del personaje protagónico es brillante, el ritmo es constante y el relato no aburre, a pesar de sus momentos melosos, y al menos, hay tres actuaciones maravillosas.
Oscar es un chico de 9 años muy curioso, solitario e independiente, cuyo padre, un joyero con aspiraciones científica, le da retos constantes, búsquedas para desarrollar conocimientos, razonar, investigar lo que sucede alrededor. Oscar es meticuloso, habla hasta saturar y volverse insoportable, es fóbico y retraído. Lo que lo saca adelante en la vida son las enseñanzas del padre.
Sin embargo, sucede lo peor, y Thomas Schell muere en el atentado a las torres gemelas. Un año después, Oscar encuentra accidentalmente una llave escondida en un jarrón e interpreta que es una última misión que le dio el padre antes de morir. Oscar se resuelve a investigar a donde lleva esa llave, que abre, cual fue el último mensaje que le dio el padre, su testamento.
La búsqueda de Oscar es una forma de atravesar el duelo y superar la pérdida. Esta búsqueda es dolorosa, demuestra los diversos estados anímicos del personaje, desde la negación hasta la aceptación. Oscar necesita encontrar el significado de la llave para seguir estando junto su padre.
Sin embargo, la búsqueda de Oscar, lleva a tratar de acercarse a la madre, con quien tiene una relación distante debido a que siempre está ausente, y conocer al inquilino de la casa de la abuela, un hombre mayor y misterioso que se niega a hablar pero acompaña a Oscar en su búsqueda, al menos durante la mitad del relato.
Hay dos películas dentro de Tan Fuerte y tan Cerca. Por un lado el presente/futuro del personaje, por otro lado el pasado.
Todo lo inherente al presente es vital, dinámico, atractivo, divertido e inclusive sutil. La relación que tiene el personaje con el inquilino, a cargo de un Max Von Sidow que no emite palabra es maravillosa. No cae en la obviedad ni la revelación. Son al menos 40 minutos de metraje atrapante y divertido, donde además aparecen otros personajes que ayudan a construir la ciudad de Nueva York, sus habitantes y la paranoia post 11 de septiembre, lo cuál no es novedoso (Spike Lee hizo lo mismo pero mejor en La Hora 25), pero independientemente, el retrato, la pintura es atractiva.
El problema del film es todo lo que se relaciona con el pasado, especialmente con la fatídica fecha del atentado.
Al principio, se agradece que el relato salte un año en el tiempo y no se den detalles de lo sucedido con Thomas (Tom Hanks), porque el personaje es querible, odiosamente perfecto y benevolente y duele perderlo tan rápido. Sin embargo, se van sucediendo diversos flashbacks emotivos, sentimentales, narrados con tanta obviedad visual y falta de sutileza que contrasta con las bellas escenas, donde los perfectamente opuestos Oscar y el inquilino, buscan el destino de la llave.
En el mundo interno de Oscar, todo es lágrimas y rencor, en realidad. El espíritu de aventura lo salvan.. a él y el espectador.
Hay numerosos elementos que ayudan a digerir este melodrama clásico con aires de telenovela culebrona.
En primer lugar las interpretaciones del joven Thomas Horn, que cumple con la difícil tarea de interpretar un personaje continuamente exagerado. No confundamos con sobreactuación. El personaje es desbordado, y el joven actor logra darle profundidad con la mirada y la voz al protagonista.
Por otro lado, en la sutil mirada de Von Sidow se deposita honestidad, una expresión que demuestra estados internos, que el actor sueco ha logrado explorar junto a Ingmar Bergman. Realmente notable su economía de recursos expresivos. El tercero que aporta verosimilitud con su interpretación es Jeffrey Wright, un actor que desde la calma logra trabajos perfectos, sutiles. También aparecen en el medio John Goodman en un personaje pequeño, pero querible, que Goodman saca de taquito, al igual que Tom Hanks, nuestro James Stewart contemporáneo, inmutable, sencillo, fiel a lo que se espera de él, en un personaje decorativo. Desbordan en lágrimas y sobreactuación Viola Davis (la reina del llanto contemporáneo) y Sandra Bullock, repitiendo varios clisés de sus comedia románticas.
Su personaje es bastante interesante, porque tiene mayor inherencia de la que se concibe a simple vista. De hecho, la mejor escena emotiva se la lleva ella junto al pequeño Horn casi al final de la obra. Suponemos que Naomi Watts o una actriz más sólida le hubiese dado mayor verosimilitud.
En lo extracinematográfico, la fotografía cálida de Chris Menges, la grandilocuente banda de sonido de Alexandre Desplat, el vesturario multicolor de Ann Roth, son gratos aportes audiovisuales que ayudan a construir el mundo de Oscar.
Daldry construye su film más personal desde Billy Elliot. Nuevamente acá, la relación padre – hijo es fundamental, así como la influencia de la educación en las relaciones entre personas de diversas edades (tema que se relaciona con El Lector)
Es cierto que dista de ser el gran film que pretende ser, y la nominación al premio de la Academia, está de más (no así la de Von Sidow), pero más allá del sentimentalismo, el patriotismo post 11/09, el golpe bajo, hay una pintura interesante y emocional de una ciudad, una narración bien llevada que necesita de esos golpes bajos para progresar, buenas interpretaciones y alguna sutilezas que vale la pena rescatar.
A veces, la suma de las partes es mejor que el todo
Un oximorón gráfico, pero honesto.