Uno podría pensar que el “chiste” de que TANGERINE esté filmada con un iPhone 5 es solo un truco de marketing, un tema menor que no afecta en nada a la forma de la película, pero estaría equivocado. Acaso lo mejor, lo más original, interesante y verdaderamente radical de esta película de Sean Baker (STARLET) esté en haber descubierto o comprobado no solo que con un iPhone se puede grabar una película con una calidad técnica más que digna (y muy barata) sino que la imagen que ese smartphone genera tiene unas cualidades específicas que la hacen muy atractiva, una especie de hiperrealismo saturado que no se parece al fílmico (algo del look se nota en el poster, aquí al lado), pero tampoco al video digital al que estamos acostumbrados. Es otra cosa: un poco Polaroid, muy expresionista para ser real, muy real para ser excesivamente manipulada. Es como ver una versión un poco saturada del mundo.
En ese sentido es ideal para mostrar las vidas de dos personas que son más coloridas, más excesivas, más intensas que el común de la gente. Se trata de dos amigas transexuales, una de las cuales acaba de salir tras un mes en la cárcel y se entera que su novio/chulo/pimp la estuvo engañando con un “fish” (sí, así le dicen a las chicas, “pescados”) y se dedica a pasar el día buscándola a ella y a él para confrontarlos. Alexandra (Mya Taylor) y Sin-Dee (Kitana Kiki Rodríguez) son las amigas en cuestión: una de ellas negra y un tanto más tranquila y hasta romántica, la otra una latina enérgica y disparada que no para de hablar un segundo. Agrego: es 24 de diciembre, vísperas de Navidad.
Paralelamente un taxista de origen armenio recorre la ciudad –está filmada en los barrios de Los Angeles menos atractivos, allí donde termina Hollywood y se inicia una serie de avenidas impersonales y bastante feas– llevando gente un tanto impresentable, pero obsesionado también por encontrar a Sin-Dee, de la que parece enamorado. Al hombre lo veremos con su familia, un combo de suegra, mujer, hija y parientes armenios que parecen sacados de un sitcom bizarro.
El universo que muestra Baker en TANGERINE es interesante, en especial por la manera en la que lo filma, jamás buscando el shock o mostrar la perversión de un submundo potencialmente denso: la prostitución callejera en Los Angeles, tanto de mujeres como de travestis y trans. Pero su centro está en la relación entre las dos amigas, en lo que termina siendo lo mejor que tiene la película narrativamente, esa suerte de canto a la amistad entre dos marginales de la Costa Oeste, versión sexualmente más avanzada y geográficamente opuesta de la vieja PERDIDOS EN LA NOCHE.
Para llegar a eso, Baker toma algunos caminos interesantes junto a otros callejones muertos. Casi toda la historia de la familia armenia resulta demasiado ampulosa, casi una comedia costumbrista argentina, mientras que cuando se mantiene en Alex las cosas mejoran. Es la más creíble, querible y emocionalmente compleja de las protagonistas (la escena en la que canta es la mejor del filme), ya que la sacada Sin-Dee por momentos puede resultar un tanto irritante, especialmente una vez que encuentra a su “pescado” en cuestión y decide arrastrarla por la ciudad –literalmente– para confrontarla con su chico.
Lo mejor de TANGERINE es cuando las amigas se hacen firmes en ese muro de amistad que las defiende del mundo –el final es excepcional y “navideño” en el mejor sentido– y la manera en que Baker filma esos lugares de Los Angeles que son los que habitualmente no vemos: avenidas desangeladas, puestos de “donas”, hoteluchos de mala muerte, subtes y veredas sucias. No es noir lo suyo, no busca el romanticismo de esas zonas oscuras y tampoco coquetea con el trash a lo Bukowski: no es una zona de reviente (al menos no se la muestra así), es una de supervivencia. Y en ese sentido, la relación entre ambas chicas es el corazón de la historia, más allá de algunos pasajes narrativos que se pierdan en tangentes inútiles.
Vuelvo, para cerrar, a lo del iPhone: si hay algo que me queda de TANGERINE no es su corrección política o de género ni, necesariamente, sus personajes (que son valiosos, pero nada que no hayamos visto antes) sino esa visión de Los Angeles grabada en un teléfono con un soundtrack urbano y por momentos furioso que me hace acordar por momentos al cine de Harmony Korine y, en otros, a esa misma ciudad vista por Michael Mann en COLATERAL. Si hoy el digital ya se fusionó con lo que nuestros ojos distinguían como fílmico mediante lentes y adelantos técnicos, el smartphone logra algo diferente, no del todo procesado por nuestro cerebro. Ni mejor, ni peor, solo otra forma de registrar el mundo…