Tangerine

Crítica de Diego Papic - La Agenda

De Tangerine van a escuchar o leer por ahí que se grabó con tres iPhone 5 y que es la primera película que envió a consideración de la Academia de Hollywood a sus dos protagonistas transgénero para participar por los premios Oscar a la mejor actriz. Finalmente Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor no quedaron nominadas -ya llegará el momento, es cuestión de tiempo- pero sí participaron de los Independent Spirit Awards, los Oscar al cine independiente, en donde Taylor se llevó el premio a la mejor actriz secundaria.

De lo del iPhone 5 pueden olvidarse por completo. Tangerine no es una película con estética de home video ni desprolija ni abusa de la cámara en mano ni tiene una búsqueda excesivamente realista y cruda. Si bien el ambiente es el de las calles mugrientas de una zona poco glamorosa de Hollywood, hay algo de melodrama fino en los colores estridentes y la música trabajada.

Sí resulta fundamental, claro, lo de las actrices. La película transcurre durante un día, vísperas de Navidad, en la vida de Sin-Dee Rella (Rodriguez) y su amiga Alexandra (Taylor), dos prostitutas trans. Sin-Dee acaba de salir de estar un mes en la cárcel y Alexandra le cuenta (se le escapa, en realidad) que su novio la engañó con otra, que para peor es mujer. Sin-Dee entonces va a buscar por toda la ciudad a la tercera en discordia.

Por su parte, Alexandra recorre el barrio invitando a otras amigas trans al show que va a dar esa noche en un bar de por ahí. Y está también el tercer protagonista: Razmik (Karren Karagulian), un taxista armenio cliente de Alexandra que gusta particularmente de Sin-Dee y que tiene una familia con la que festejará Navidad esa noche.

Tangerine está producida por los hermanos Duplass, responsables de varias películas del llamado mumblecore: un subgénero de comedia indie de bajo presupuesto y diálogos improvisados. La película de Sean S. Baker va por ahí, pero da un paso más allá, se despega del mumblecore en sus mejores momentos, cuando el melodrama le gana al realismo. El centro geográfico, el corazón de la película, es el show de Alexandra: el telón rojo y Sin-Dee pintándole los labios a Dinah (Mickey O'Hagan) después de fumar meth son momentos altos que no tienen nada que ver con el realismo sucio que la película amenazaba con mostrar.

La película se para en un lugar delicado. No escamotea la verdad de la vida difícil de unas prostitutas trans -que además son negras, dato no menor- en una noche de Navidad, con la soledad, la homofobia y la pobreza; pero tampoco la dramatiza, a pesar de la música y los colores como elementos típicos del melodrama. Como en casi todas las películas, el tono es clave, y Tangerine se para en el centro: aliviana el peso de la melancolía con unos personajes divinos, queribles (incluso el taxista armenio), que no se detienen en ningún momento a sentir pena por ellos mismos.