Tangerine

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Una vital historia antinavideña

Un mismo nombre figura en la dirección, la producción, el guión, la fotografía y la edición de esta película: se trata de Sean Baker, que también en Prince of Broadway (2008) había puesto a una ciudad y sus calles casi como personajes principales, a la par de sus protagonistas humanos. En el caso de Prince of Broadway, la ciudad era Nueva York; en Tangerine es Los Ángeles, y no en sus lugares más glamorosos o fotografiados.

Baker, uno de los directores más estimulantes del cine estadounidense del siglo XXI, presenta una historia navideña sin nada de lo habitual en los relatos situados durante el 24 de diciembre: aquí tenemos prostitutas travestis, clientes, drogas, cafiolos y un taxista armenio desasosegado. El disparador argumental de Tangerine es que Sin-Dee se entera de que, mientras estuvo 28 días presa -un lapso muy usado en el cine-, su novio y proxeneta la engañó. Así empieza esta street-movie que se pone en movimiento apenas comienza y rara vez se detiene.

La cámara utilizada para el rodaje de Tangerine fue la de un iPhone. El film muestra una luz particular, luz filtrada y moldeada por una cámara que millones de personas utilizan a diario para registrar sus vidas, una luz que no es a la que nos acostumbró el cine en su historia, al menos en su historia clásica. Pero el cine, arte poroso, arte extraordinariamente permeable, siempre ha sido influido y modificado por las tecnologías, y el uso del iPhone para un rodaje se demuestra en Tangerine no como un capricho, sino como una vía sustentable. Tal vez porque Baker no se enamora de sus planos y de sus secuencias: los corta, las intercala y no hace una película ostentosamente filmada con un teléfono, sino que integra sus características y sus posibilidades con la narración como guía.

Tangerine hace avanzar a sus personajes juntos, por separado, de a pares y grupos diversos, los une unos con otros con el movimiento como clave. Y va descubriendo sus temas a medida que desarrolla emociones en modo intenso: amores, decepciones, furias, calenturas, obsesiones.

Baker, como buen cineasta que sabe narrar con las enseñanzas del cine clásico, aunque se amalgame con el presente y hasta el futuro sostiene sin alardes el tema central de su relato sin enfatizarlo, lo va haciendo aparecer de forma intermitente hasta que lo establece con nitidez: la amistad entre Sin-Dee y su compañera Alexandra cohesiona esta película estimulante a la que fortalecen las calles, las peleas, la crudeza, incluso las humillaciones, la cercanía.

Con Tangerine, Sean Baker confirma que sigue encontrando formas vitales de mostrar viajes urbanos a ninguna parte.