DIOSES O MONSTRUOS
Tár arranca con dos escenas notables, que puntualizan su efectividad en aspectos que constituyen posibilidades del relato cinematográfico. La primera escena es estática, con un acertado uso del plano y contraplano, en el que tenemos a la directora de orquesta Lydia Tár (Cate Blanchett) entrevistada ante un gran auditorio. Lo que sobresale allí es la actuación de Blanchett (y también de Adam Gopnik, escritor y ensayista que se interpreta a sí mismo entrevistando a Tár), quien hace creíble esa instancia en el que la respuesta surge de la pregunta de su interlocutor. Parece una tontería, pero hay instancias cotidianas como puede ser una entrevista televisiva que tienen códigos propios que, atravesados por el filtro de la ficción, pueden sonar artificiales. Nada de eso pasa aquí, en un diálogo que nos define aspectos del personaje y del mundo que vamos a habitar: el de la pretendida alta cultura, el de sus criaturas jugando a ser dioses y el de la relación con las tensiones que acerca el mundo real.
La siguiente escena, más virtuosa, un plano que demuestra la habilidad del director y guionista Todd Field para mover la cámara y contener dentro del plano aquella información que es fundamental, pone en el centro aquello del mundo real que va a venir a friccionar la torre de marfil desde la que Tár mira al resto. Una clase, que se va de las manos cuando un alumno autopercibido pangénero niega la posibilidad de interpretar a Bach. Y ante esto, Tár le pega una revolcada discursiva por la cual considera que la denominada cultura de la cancelación es una aberración peligrosa. Ese incidente, que parece menor dentro del relato, será más importante cuando avance la historia y la propia artista se vuelva el centro de una denuncia por abusos y manipulación psicológica.
Estas dos primeras secuencias son muy importantes porque definen varios aspectos de la historia y de su personaje, que serán claves para interpretar lo que sigue: el derrotero de Lydia Tár, sin saber cómo manejar una instancia que requiere de ella un compromiso emocional del que parecer estar alejada. Pero son importantes también porque muestran las posibilidades que tiene una película para tratar temas mundanos con una impronta en la que se privilegie lo cinematográfico. Tár es una película que se anima a discutir el tema de la cancelación, con una mirada que parece contradecir mucho de los métodos que el propio Hollywood aplica para resolver esos conflictos. Lydia Tár es un personaje complejo, intrigante, que escapa a las etiquetas fáciles y que, por eso mismo, vuelve más interesante el debate. Y ahí volvemos a Blanchett, capaz de dotar de humor socarrón a un personaje que en manos de otra intérprete podría haberse vuelto un recipiente lleno de consignas. La actriz, por el contrario, se anima a indagar en lo más oscuro de su criatura, incluso a riesgo de entrar en fricción con lo que ella misma como personaje real puede llegar a pensar. De hecho, nunca se explicita qué pasó con Tár y algunas de las personas con las que se relacionó.
De aquellas dos primeras notables y extensas escenas, Tár va volviéndose cada vez más una película normal, sobre todo a partir que el personaje principal comienza a entrar en desgracia. Tár, por momentos, parece una reescritura de Memoria de Apichatpong Weerasethakul, aunque en una versión mucho más industrial y pasteurizada: como en aquella, la protagonista se desvela por unos ruidos que escucha durante las noches, que aquí se explican y se vuelven simbólicos de la misantropía del personaje. También allí había un viaje a un destino exótico, que aquí se replica en un final bastante inexplicable. Field, que hace muchos años dirigió la aberrante Secretos íntimos, luce bastante contenido aquí, aunque por momentos no pueda escapar a lo sórdido y moralista en el momento en que Tár comienza su camino de descenso. Lo peor de la película es que habiendo tenido su tema muy claro desde el comienzo, elude la responsabilidad de decir algo y termina escapando por la tangente.