A dos décadas de la primera Taxi (1998), Luc Besson insiste con la saga en su quinto elemento (!), que no hay que confundir con la saga de El transportador, con Jason Statham. Aunque las diferencias no pasan mucho más allá de que las principales escenas transcurren detrás de un volante.
Ya con nuevo protagonista (a cargo de Franck Gastambide, también director y coguionista con el creador de Nikita y El perfecto asesino), Sylvain Marot es un agente de policía parisino que sueña con integrar el escuadrón de SWAT francés. Pero se acuesta, sin saber el parentesco, claro, con la mujer de un jefe de policía y su traslado es inmediato, sí, pero no a ese cuerpo de elite, sino a Marsella.
Allí sus compañeros parecen surgidos de Locademia de policía: para los millennials, otra saga, ésta estadounidense, en la que los policías eran, también, un desastre.
A cierta misoginia común en varios relatos de Besson, cuando más que empoderar a los personajes, los cosifica -alguna Taxi era tremenda-, aquí se le suma cierta xenofobia por los italianos, los malos de la película. Una banda viene atracando seguido, y escapando en Ferraris último modelo, y Sylvain deberá averiguar cuál es el próximo golpe para evitarlo y encarcelarlos.
Humor escatológico, un alcalde que es una parodia al estilo Louis de Funes (exitosísimo comediante de los ’70 que supo hacer también de policía), la inclusión de un enano, una agente obesa, todo tiene cabida en esta película inclusiva. Inclusive chistes de mal gusto.
Gastambide, que tiene un look entre Mascherano y Statham, y no solamente por lo pelado, está en casi todas las escenas, a bordo de cualquier automóvil poniendo la quinta velocidad a fondo, sí, cuando a veces conviene hacer un rebaje.