Taxi

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Hacer cine implica riesgos. Una empresa que comienza con una imagen tal vez luego se hace idea, más tarde guión, y por supuesto un enorme emprendimiento a partir de todos los engranajes que coexisten para construir un relato. Una obra de ingeniería que lejos de acabar cuando se termina la última toma, sigue en laboratorios, diseños gráficos, post producción, edición, marketing, difusión…todo para llegar al estreno. Y sigue después. Sigue con los festivales, los recorridos, notas, las entradas de las boleterías, y más adelante los lanzamientos en los formatos hogareños. Casi todas las obras andan por caminos parecidos. Es realmente gigante la puesta en marcha de un proyecto cinematográfico.

Sí. El cine implica riesgos. De varios tipos. Jafar Panahi nos presenta “Taxi”, éste año precedido por una enorme serie de eventos que giran alrededor de su vida como artista y que, de alguna manera, lo entronan como abanderado de la libertad de expresión, pues hace cine en un país cuya “justicia” se lo ha prohibido. Es que desde hace más de veinte años el iraní viene construyendo historias y documentos que, como mínimo, denuncian los comportamientos, las costumbres, la desigualdad, la intolerancia y la crueldad de su propia sociedad. En especial la desigualdad de la mujer. Lo vimos en “El globo blanco” (1995), en “El espejo” (1997), ni hablar de “El círculo” (2000), y por supuesto en “Fuera de juego” (2006). Tanto revuelo causó que a sido perseguido, encarcelado y prohibido. Por eso, cuando en 2011 realizó y guardó el documental “Esto no es un film” en un pen drive escondido en una torta para ser estrenado en el exterior, con el cual ganó varios premios, Jafar Panahi incorporó a su figura características de mártir del cine.

Expresión y libertad son dos palabras que le corresponden por derecho.

Cuánto valor cinematográfico puede tener el colocar un par de cámaras en el tablero de un taxi para enfocar a los eventuales pasajeros, ya no es una cuestión que pueda analizarse con la misma vara que en otros proyectos. En todo caso hemos visto formatos televisivos que han explotado el recurso. Se llama Reality Show. O sea, el show de la realidad. El director, como si fuese una serie en la cual el ascenso y el descenso de un pasajero constituye de por sí un episodio, vuelve a retratar el comportamiento social de su país. Aparecen la violencia, la discriminación, el deseo de pena de muerte; todo con el realizador como testigo y cronista ya que es él mismo quien maneja el vehículo en cuestión.

También es él quien va modificando la posición de alguna cámara para apuntar hacia el camino. Lo cierto es que desde el punto de vista del análisis cada uno de estos planos pierde su valor expresivo pero gana en contenido.

“Taxi”, independientemente de la compaginación que moldea los diferentes “capítulos”, tiene la impronta de documental testimonial. No intenta pregonar a través de los eventuales pasajeros, sino más bien aceptar que hay personas que piensan así en su país y, por qué no, en cualquier lugar del mundo pues al suceder todo esto en un transporte existente en cada ciudad del planeta, el concepto del pensamiento social se universaliza.

Hacer cine implica riesgos. Jafar Panahi los corre en toda su filmografía, y acá en “Taxi”… ¡Vaya si vale la pena subirse!