Por el camino de la creatividad y la resistencia
En el microclima cinematográfico es conocida la historia del director iraní Jafar Panahi y su condena por el régimen islámico que, entre otras cosas, le ha prohibido filmar películas. Taxi es la tercera incursión del realizador de Offside -2006-, tras la condena, para dejar en evidencia su modelo de resistencia política a través del cine y de las posibilidades del lenguaje cinematográfico cuando se utiliza con inteligencia y con un propósito político y estético, absolutamente respetable.
La puesta en escena de Taxi -2015- establece de antemano un problema para el espectador, pero además multiplica los sentidos del relato, que puede considerarse como falso documental. Panahi conduce un taxi por las calles de Teherán, en medio del bullicio del tránsito, levanta pasajeros de manera eventual y de las conversaciones de esos pasajeros, tanto delante como detrás del vehículo, fluyen las historias en un registro tragicómico.
Al principio, la cámara fija ubicada en el interior del auto recuerda a aquella serie de HBO Taxicab Confessions -1995-, pero rápidamente la idea de oculto se disipa cuando los propios tripulantes advierten la presencia de la cámara o reconocen que el conductor es Jafar Panahi. También el director de El Círculo -2000- acomoda el encuadre en más de una ocasión.
Las coordenadas de una roadmovie entonces sirven como puntapié para estructurar, narrativamente hablando, este nuevo opus en el que se van yuxtaponiendo diferentes temáticas siempre bajo el pretexto de la conversación espontánea o discusiones de pasajeros, como por ejemplo aquel que defiende la mano dura del régimen islámico y apoya la pena de muerte contra los ladrones de neumáticos frente al argumento de una mujer que ejerce la docencia y reflexiona sobre las causas que pueden llevar a la delincuencia.
A medida que el recorrido suma personajes, mejor dicho personas, el relato va tomando forma de manifiesto político, porque desde la anécdota lo que prevalece es el contenido de crítica al sistema y las propias menciones sobre la censura al cine iraní no distribuible.
Pero Taxi, además interpela sobre la estética y las limitaciones del cine para abordar la realidad; sobre el peligro existente en la representación, a pesar de tomar todos los recaudos y tratar de ser honesto con lo que se muestra y con aquello que no se muestra. Así resulta vivificante el encuentro de Panahi con su sobrina pequeña, quien le plantea las contradicciones de su maestra al pedirles que filmen un corto donde lo real real no se muestre.
La sonrisa socarrona de Panahi es tan elocuente como uno de los momentos más emotivos del film en el que una pasajera le entrega una rosa como símbolo de la lucha contra la censura, la flor queda junto al parabrisas, otro espejo de una pantalla transparente por donde pasa la vida, sin filtros y donde la verdad no puede ser ocultada.