El tiempo como excusa del juego
“El tiempo es un constructo”, dice uno de los personajes de esta digna comedia que, si bien muestra algunos desaciertos, consigue, gracias a cierta simpleza de aspiraciones y un loable empeño, cumplir mucho más de lo previsible. Esa frase, entonces, dicha al pasar en una gran escena hacia la mitad de la película, articula toda la narración porque, como en todo film que se precie de cinematográfico, existe en él un verdadero trabajo con el tiempo. No se lo da por descontado. No se descansa en el hecho de que el cine es ontológicamente imagen en movimiento en el tiempo. La dimensión temporal se trabaja porque es construcción. El tiempo es un constructo.
Basada libremente en un artículo aparecido en el Wall Street Journal sobre un grupo real de amigos que practican un juego anual, ¡Te atrapé! cuenta la historia de cinco hombres adultos quienes, desde la infancia, juegan cada año, durante todo un mes, a algo que se denomina Tag (y aquí se tradujo como “¡Te atrapé!”). Este juego consiste en –puede parecer pavo lo que se procederá a explicar, y en realidad lo es− agarrar a uno de los participantes, tocándolo con cualquier parte del cuerpo y en cualquier parte del cuerpo, mediante las artimañas más variadas: disfrazarse y colarse en su empresa; saltar desde un escondite y sorprenderlo; aparecer de improviso en un partido de básquet; perseguirlo a través de casas vecinas. Cualquier cosa es posible. Una vez tocado, es el turno de ese participante para atrapar a otro, y así sucesivamente. Cuando lleguen las 12 de la noche del día 31 del mes en que se desarrolla la partida, el jugador que no tuvo tiempo o no pudo agarrar a nadie será el perdedor de ese año.
En esta ocasión las cosas se plantean diferentes: cuatro integrantes del grupo de amigos unirán fuerzas contra el quinto. Hogan (Helms), ayudado por su esposa (Fisher), Bob (Hamm), Kevin (Buress) y Chilli (Johnson) intentarán atrapar al único participante invicto de este juego: Jerry (Renner). Ninguno ha podido nunca tocarlo en los 30 años que vienen jugando a Tag, pues su habilidad para eludirlos es insuperable. Pero ahora, con motivo de su casamiento, justo un 31 mayo, el último día de la partida, los otros cuatro creen haber encontrado el momento ideal para agarrarlo. De su boda no podrá escapar.
Resulta evidente que la premisa es muy simple y en esta descripción hasta puede resultar nada atrayente. Sin embargo, el relato se encarga de hacer bastante con bastante poco. Para empezar, cuando la película no se toma en serio a sí misma –por fortuna esos momentos de seriedad impostada, de querer dar un mensaje, son bien pocos (y están cerca del final); la mayor parte de su lastre reside ahí– su ligereza se torna disfrutable. Son hombres jugando como niños y hay algo muy liberador en todo eso. Además, existe un antes y un después de la aparición del amigo interpretado por Jeremy Renner. En una deliberada parodia de los personajes de las películas de acción (rol que él mismo ha encarnado en The Avengers o en El legado Bourne, por ejemplo), el tiempo se vuelve elástico con cada aparición suya. Sus escenas son filmadas en cámara lenta, pero el tiempo del film, en la percepción del espectador, se acelera. Si bien Jerry, debido al ralentí, puede ir describiendo cada una de sus acciones e interpretar y adelantarse a cada movimiento de sus contrincantes, paradójicamente hace que la película pise el acelerador y juegue a ser una de acción, una slapstick, una de karate, una de Jason Statham. Gracias a Renner y a su seño fruncido (causa inquietud verlo sonreír, mejor que ponga cara de malo) las fronteras de esta reducida anécdota se expanden.
En la vida, para hablar del tiempo (que no es otra cosa que pura convención), para referirse su paso, se lo hace en metáforas (bursátiles): ganar el tiempo, perder el tiempo, invertir el tiempo. En el cine, para hablar del tiempo es mejor trabajarlo, construirlo. En la vida, el paso del tiempo se detecta en las arrugas de los rostros, pero también en los lugares que olvidamos, en los amigos que ya no frecuentamos, en los juegos que ya no jugamos. Los amigos de este film tratan de retener el tiempo jugando como cuando eran niños porque la adultez también es un constructo. Jugar es una forma de que el tiempo no desaparezca o, al menos, es un tiempo suspendido. En el cine, en el cine del que quiere formar parte ¡Te atrapé!, lo temporal construido desde el contenido tiene su correlato en el trabajo formal, porque, en definitiva, no hay contenido sin forma, como tampoco hay amistad sin tiempo.