LO LÚDICO APENAS INSINUADO
Recuerdo que la “mancha” era uno de los juegos preferidos de mi infancia: era extremadamente simple, no requería grandes habilidades (lo cual era una ventaja para mí, extremadamente torpe en lo deportivo como soy) y constituía un momento de diversión que muchas veces sólo dependía de las ganas de los participantes, con lo que podía hacerse eterno sin dejar de ser apasionante. Esos son los principales factores que busca rescatar ¡Te atrapé!, basándose en un artículo periodístico que relata hechos reales: un grupo de amigos que ya son adultos pero que tienen reglas bien establecidas por las que desde hace tres décadas, cada año y durante un mes, abren una nueva temporada del juego, en una competencia que se renueva permanentemente, con estrategias cada vez más insólitas en pos de atrapar a otro participante y sacarse la “mancha” de encima.
Los problemas -o más bien las limitaciones- que encuentra la comedia dirigida por Jeff Tomsic pasan esencialmente por cómo quiere construir su discurso, o una suma de discursos, por los cuales pretende reivindicar a lo lúdico como un factor de unión y conservación de la amistad. A pesar de apelar a secuencias donde lo físico toma un indudable protagonismo, lo que termina prevaleciendo es una constante remarcación de la importancia del juego en la vida de los protagonistas -que comprometen lo personal y laboral en pos de aferrarse a las reglas- y cómo cimenta la unión entre ellos a pesar del paso del tiempo y las distancias. Es como si ¡Te atrapé! no terminara de confiar en su relato y en su público potencial, poniendo el mensaje por encima de los personajes y sus potencialidades cómicas.
Y si hablamos de los personajes, no podemos dejar de lado el elenco: ¡Te atrapé!, al igual que buena parte de los exponentes más recientes de la comedia estadounidense, posee un reparto sumamente prometedor desde la variedad de talentos. No sólo están Ed Helms, Jake Johnson y Hannibal Buress, sino también Jon Hamm y Jeremy Renner, más los aportes de Isla Fisher, Leslie Bibb y Rashida Jones, pero rara vez esa acumulación de partes suma de la manera adecuada. No es que no haya momentos definitivamente graciosos: la secuencia de presentación de los personajes de Helms y Hamm sabe retratarlos casi a la perfección como seres casi anormales en sus obsesiones, utilizando la fisicidad y lo extravagante como instrumentos narrativos. Pero son chispazos, hallazgos aislados dentro de una película a la que le cuesta generar empatía con lo que está contando, a pesar de estar poniendo en escena temas universales.
Ninguno de los protagonistas llega a tener el desarrollo que se merece y casi nunca pasan de ser estereotipos amontonados que se quitan espacio entre sí.
Quizás el problema de fondo de ¡Te atrapé! es que, a pesar de ser una comedia, se toma demasiado en serio a sí misma, con lo que frecuentemente cae en un tono aleccionador y redundante. A partir de ahí, de esa seriedad impostada que la atraviesa, es donde pierde en comparación, por ejemplo, con otra comedia reciente como Noche de juegos: la película de John Francis Daley y Jonathan Goldstein apostaba permanentemente al disparate, construía un aprendizaje para los personajes sin pretender enseñarle nada al espectador e incorporaba lo lúdico a la puesta en escena, con un dinamismo constante y una narración que nunca se detenía. En cambio, ¡Te atrapé! se muestra demasiado preocupada por instruir a su audiencia sobre cuán relevante es jugar y conservar las amistades de toda la vida. Pero eso cualquiera lo sabe, porque se aprende desde niño y hasta el más cínico puede recordarlo. No es extraño entonces que sean mucho más interesantes las imágenes reales, que muestran al verdadero grupo de amigos recurriendo a las tretas más extravagantes en pos de pasarle la mancha al rival de turno. La ficción, frente a la realidad, esta vez queda sumida en la intrascendencia.