Familia disfuncional, pero con componente revolucionario
A veces, el hijo de un héroe puede aborrecer un poco a su padre. Si el hombre se dedicó más a su misión que a su familia, si arrastró consigo a la esposa enamorada, dejando a la criatura con quien sea, y si encima la famosa misión brindó apenas un discutido triunfo moral, ese hijo tiene razones atendibles. Tal es el entripado que tiene en esta película un arquitecto ya grande con un hijo medio rebelde.
Es que el abuelo del pibe fue un libertario de armas tomar. Desde la Guerra Civil Española en adelante anduvo por todas las revoluciones del Siglo XX, según dicen, y así murió. Para colmo en España alguien lo ha tomado como modelo de un personaje literario, con gran éxito, y ahora viene porque quiere saber los detalles de su muerte. Algo más tiene en su mente ese sujeto, pero lo sabremos recién al final, un final, diríamos, gratificante para todos. O casi todos.
Entre medio hay unos huesos, una capilla en construcción para un cura descreído, vaivenes, discusiones, seducciones (por ahí anda una españolita blanda de boca), amenazas, reconciliaciones, regresos del pasado, algo de thriller, un juicio que crea suspenso, un rescate bien resuelto, y un elenco bien recomendable. Y una camiseta de Temperley.
Se explica: quien supo llevar todo esto es el veterano Alberto Lecchi, coguionista de "Un lugar en el mundo", autor de "Perdido por perdido" y otras buenas películas, e hincha eterno y actual presidente del Atlético Temperley. En eso forma un tridente con el director Francisco Lombardi, que condujo el Sporting Cristal de Lima, y el productor Enrique Cerezo, cabeza del Atlético de Madrid. No está mal.