Te esperaré

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

LA BAJADA DE LÍNEA COMO ÚNICO RECURSO

Alberto Lecchi forma parte de una parte de la generación de los noventa en el cine argentino que en verdad se formó a partir de ciertos preceptos discursivos y estéticos del cine nacional de los setenta y ochenta. Ya en sus dos primeras películas, Perdido por perdido (1993) y El dedo en la llaga (1996), se podía ver una tensión no resuelta entre la necesidad bajar línea desde lo discursivo y un mayor apego a las herramientas genéricas. Simplificando, un debate entre el cine de Adolfo Aristarain y el de Héctor Olivera. Pero si en su ópera prima parecía pesar más la vertiente propia del realizador de Tiempo de revancha, en su segundo film la que se terminaba imponiendo era la línea del director de La Patagonia rebelde. Sus siguientes películas continuaron por esa misma senda, con lo narrativo siempre condicionado por la necesidad de una discursividad explícita.

En Te esperaré, ese proceso vuelve a repetirse, a partir de un relato centrado en la figura cuasi simbólica de un tal Miguel Creu, que en el film es presentado como un eterno luchador que participó de casi todas las luchas revolucionarias del Siglo XX y que terminó encontrando la muerte durante la última dictadura militar en la Argentina. Mientras un escritor español llamado Juan Benítez (Juan Echanove) ha ido siguiendo y retratando toda su trayectoria, convirtiéndose prácticamente en su biógrafo oficial; para su hijo, Ariel (Darío Grandinetti), desarrolló un vínculo dificultoso, con varias cuestiones que quedaron pendientes, que se agravan porque su hijo Federico (Juan Grandinetti) tiene a su abuelo como un referente político y simbólico. A partir del hallazgo del cuerpo de Miguel y su esposa en una fosa común por parte del Cuerpo Forense, esas líneas de conflicto empiezan a confluir, en una historia que gira alrededor de los lazos afectivos y las relaciones paterno-filiales.

Durante la primera hora, se puede intuir que Lecchi no termina de contar algo porque pareciera estar buscando precisamente qué contar, mientras va presentando a los distintos personajes. Y si durante esos minutos Te esperaré exhibe pasajes donde se permite encontrar rangos aceptables de fluidez en la construcción de climas dramáticos, ya hay un cierto entorpecimiento en la falta de rigor para construir diálogos –el primer encuentro entre Juan y una fotógrafa está plagado de inverosimilitudes- o retratar mundos profesionales: Ariel, por ejemplo, es un arquitecto que trabaja en una obra en construcción vestido como si estuviera en una oficina de Puerto Madero.

Pero lo peor llega, llamativamente, en la última media hora, cuando Lecchi encuentra por fin eso que quiere contar. Allí, la estructura narrativa de Te esperaré se cae a pedazos sin remedio. Lo dramático se da la mano con el thriller policial, pero es un Coronel interpretado por Hugo Arana –en plan villano caricaturesco- el que marca el ritmo y las ambiciones de la película, que van en consonancia con bajar línea a favor de una idealización absoluta de los métodos y motivaciones de la lucha revolucionaria contra el imperialismo y las dictaduras como la de Videla. El problema no pasa solamente por la mirada esquemática, lineal y superficial que construye Lecchi –casi no hay problematización de ese padre ausente que es Creu, porque lo que se impone claramente es la admiración por sus causas y acciones-, sino también por esa ausencia de rigor que ya venía de antes pero que en los últimos minutos llega a niveles casi risibles.

Lo que parece importar en Te esperaré es decir algo reivindicatorio sobre las luchas revolucionarias del siglo pasado. Lo que sea y cómo sea. Por eso las frases invadidas de impostación, las actuaciones desbordadas (hay una escena entre Grandinetti y Echanove que se ubica entre los primeros puestos de los excesos actorales que han sabido darnos las co-producciones entre Argentina y España), los personajes –como el de Jorge Marrale- sin verdadero sentido dentro de la historia y los giros insostenibles en la trama. Lo que no hay es narración y construcción de personajes, herramientas cinematográficas a las que Lecchi nunca toma en cuenta.