Más prestigio que sustos
‘Te sigue’ juega con ciertos tópicos del cine de terror y logra algunos buenos momentos que se diluyen por su intención de trascendencia.
A esta altura del partido, reivindicar los géneros es una perogrullada. Decir cosas como “el terror no es un género menor” no tiene sentido porque nadie que sepa un poquito de cine lo duda. El domingo se murió Wes Craven y las muestras de respeto fueron unánimes: si alguno manifestó condescendencia, fue ese quien quedó en offside.
Sin embargo, en el prestigio desmedido de una película como Te sigue se esconde el desprecio que, evidentemente, más gente que la que yo creía todavía siente por el género del terror. Contextualicemos: es una película que debutó en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes del año pasado, pasó por el BAFICI de este año, demoró su estreno mientras crecía el buzz vía downloads ilegales y tiene un 83% en Metacritic y la frase “una de las películas americanas de terror más notables en años” estampada en el afiche con la firma del excelente (y extinto) sitio The Dissolve.
Pero Te sigue, más allá de algunos sustos y climas muy logrados, no es más que una película de terror con pretensiones de algo más que, en el camino, termina dando bastante menos que otras. El argumento es una vuelta de tuerca sobre varios tópicos del terror: los zombies, el slasher y los virus contagiosos. La ejecución es prolija, por momentos efectiva, pero por más momentos pomposa y solemne. Las referencias a Dostoievsky y Stanley Donen: incomprensibles.
Lo mejor es la premisa. Un ente malvado que se corporiza en distintas personas símil zombies (pero que no son cadáveres caminando, aunque comparten con los zombies la lentitud de movimientos y su invencibilidad) persigue a su víctima. Sólo ella los puede ver. Se acercan en medio de una multitud o en la soledad de su cuarto. Y la única manera que tiene la víctima de librarse de esta persecución perpetua es “contagiar” a otro mediante relaciones sexuales.
Es sabido que hay pocas cosas más terroríficas que un zombie y el director David Robert Mitchell sabe sacar provecho de la vueltita de tuerca sobre el tema: como los perseguidores no son cadáveres, puede jugar más con las apariencias. Pero además, el monstruo no siempre aparece como tal y la amenaza muchas veces surge a lo lejos, desde el fondo del plano. El resultado muchas veces es interesante.
Pero Mitchell no parece conformarse con hacer “una película de zombies”, por más que ya desde la premisa se despegue de lo más clásico del género. Él necesita darle una pátina arty. Entonces prescinde de la música convencional y elige el silencio, los sonidos lyncheanos o la música disonante de Disasterpeace. Y en la primera cita de dos jóvenes, los lleva a ver una función de Charada, de Stanley Donen. Y un personaje lee El idiota de Dostoievsky, ¡y lo recita! Y termina su película con un toque de excesiva sutileza.
Pero no hay que culpar a Mitchell, que es un tipo que sin dudas sabe filmar y tiene ideas claras, aunque equivocadas. El problema es que el mundo del cine parece haberlo premiado por sus errores. Entró a Cannes y recibió buenas críticas no a pesar de esos errores sino precisamente gracias a ellos.
Voy a ejercer la tolerancia: finalmente, todo es cuestión de gustos. Por mi parte, preferiría vivir en un mundo en el que Scream 4 tuviera más posibilidades que Te sigue de proyectarse en Cannes. Me conformo con la ilusión de que en algún Universo paralelo es así.