Vuelven los lentos
David Robert Mitchell entrega una obra que navega saludablemente a contramano de casi todo el previsible cine de terror que viene de Hollywood. Nada de cámara en mano y falso documental, mejor volver a las fuentes, con planos extremadamente cuidados y muy buena dirección de fotografía. Y una revisión de uno de tópicos más transitados del género, el despertar sexual devenido en situación de peligro, tratato con tanto criterio que resulta nuevo.
Una curiosa maldición pesa sobre la vida de Jay. Alguien, o algo, la sigue. Eso que no la deja en paz adopta formas diversas, y puede llegar a ser mortal. Un curioso fenómeno cuya transmisión es sexual. La única salida es pasarle el mal a la próxima víctima, y hay una sola forma de hacerlo.
Los protagonistas también son seres de otro mundo, y otro tiempo, pero no debido a la fantasía de la trama. El mundo reflejado en la película es el de principios de los 80. La historia está conceptualmente instalada en un tiempo distinto, lo cual refuerza la sensación de extrañamiento y ambigüedad, y hasta conecta con la paranoia del SIDA de la misma época.
Más allá de la referencia central al cine de Carpenter, y un guiño a Dejame Entrar con la escena de la pileta, hay toda una tradición de cine clásico de suspenso que Mitchell decide seguir. Y desde ahora habrá que seguirlo a él. No nos va a defraudar.