Lo siniestro se da frecuentemente y fácilmente, cuando se desvanece el límite entre la fantasía y la realidad; cuando lo que habíamos tenido por fantástico aparece ante nosotros como real…. Freud
A pesar de su escueta filmografía el tópico recurrente de David Robert Mitchell parece ser la adolescencia. Una adolescencia no pacata, sino una donde se experimenta, y dentro de esa experimentación el sexo se vive como algo natural. Es algo natural y, al mismo tiempo, tiene un papel preponderante en esta historia ya que a través del mismo, en esa comunión física y emocional entre personas, se transmite el acecho de una entidad fantasmagórica que adopta múltiples aspectos. Una entidad atemorizante que solo puede ser vista por aquellos que participaron del rito.
La trama que atraviesa el filme tiene una lógica pesadillezca. Una pesadilla donde la protagonista huye tratando de sobrevivir. Este tono irracional, más la situación de acecho constante, y la perspectiva de la cámara subjetiva, activan el verdadero horror. Una profundidad de campo captada con suma delicadeza, ciertos encuadres pictóricos, y el fuera de campo son herramientas que sustituyen, por ejemplo, a un gore cruento, o gritos desaforados, por una percepción donde se cataliza el terror más efectivo.
Borges decía que el efecto estético es la inminencia de una revelación que no llega a producirse. Te sigue, lejos del golpe de efecto constante, hace una construcción estilizada del clima. En esos momentos de extensa tranquilidad, cuando lo familiar se vuelve extraño, la ansiedad va in crescendo hasta estallar en angustia, en temor. Evoca a ese terror primario, a los monstruos, a lo desconocido. Imágenes sólidas latentes a que la amenaza aparezca en cualquier momento y rincón, acompañadas por una banda sonora, carpenteriana, de lo más perturbadora.
Por María Paula Rios
@_Live_in_Peace