En los libros de historia y en la inmediata asociación de cualquier guerra y sus episódicas hipérboles que llamamos batallas, los ejércitos numerosos se enfrentan como si erigieran un cuerpo mayor que representa a un pueblo ligado por un territorio, una lengua y un pasado en común. Lo que queda de una guerra son datos, tratados y posesiones territoriales: números de muertos, sesiones y soberanía. Los cadáveres y los sobrevivientes están destinados a dos expresiones de desdén: el olvido infinito y la conmiseración de compromiso.