La guerra y el cine han tenido una historia en común a lo largo de más de un siglo. El cine documental y el cine de ficción se han combinado, cruzado, e incluso fusionado para crear miles de historias acerca de los conflictos bélicos del siglo XX y XXI. Los conflictos previos a estos ciclos entran ya en la categoría de cine histórico, entre muchas otras cosas, por no poder aportar un registro fílmico de dichos eventos.
Argentina y Gran Bretaña se enfrentaron en 1982 en la Guerra de Malvinas/Falklands. Dicho conflicto terminó con la victoria británica y cerca de mil bajas en ambos bandos. Pasaron décadas pero la soberanía de las islas sigue siendo motivo de disputa. El tema sigue la cultura argentina, donde muchos hacen de este tema una bandera permanente.
Hay muchas películas sobre este conflicto y se ha escrito mucho, incluso sobre esas películas. Teatro de guerra no es ni la primera y posiblemente tampoco será la última de esas películas. Pero sí una de las más sofisticadas y definitivamente la más original de todas. Es un documental y es una ficción y cumple con las reglas del género bélico. Es una película que nadie que esté interesado en el tema debería perderse.
El documental escrito y dirigido por Lola Arias forma parte de acercamientos previos de la artista a este tema. Una instalación y una obra de teatro llamada Campo minado que tiene a los mismos protagonistas. La película podría y no podría ser el backstage de esa obra, poco importa. Para los espectadores de cine solo está Teatro de guerra, aunque saber que hay una obra previa permite entender antes de ver la película el doble sentido del título.
Marcelo Vallejo, Rubén Otero, David Jackson, Sukrim Rai, Gabriel Sagastume, Lou Armour, seis veteranos de la Guerra Malvinas/Falklands (poner ambos nombres es clave para entender la película) son reunidos para hacer una obra. Tres ex combatientes argentinos y tres británicos. Lo que vemos en la película es un casting, un backstage, un ensayo… un proceso creativo que en realidad ya ha terminado y que es reconstruido para la película. Incluso las dudas sobre el proyecto que tienen los protagonistas está filmado, reconstruyendo los problemas de la creación de la obra teatro y película.
Pero todo esto, que es brillante, original, inteligente, puede parecer menos apabullante que una buena película de ficción sobre la guerra. No lo es. La película posee un nivel de emoción que aflora desde el comienzo y es casi imposible no llorar con la intensidad dramática de las escenas. Con la posibilidad de ver, tal vez por primera vez en cine, la realidad de la Guerra Malvinas/Falklands en toda su dimensión. Sin panfletos, sin bajadas de línea, sin discursos.
Un gran problema del cine argentino ha sido desde hace mucho la imposibilidad de que el arte gobierne las decisiones artísticas. La ideología preexistente se impone en detrimento de la inteligencia y la creatividad. Las ideas políticas aplastan a las ideas cinematográficas. Todo lo contrario ocurre en Teatro de guerra, donde el arte es la herramienta fundamental para entender el conflicto. Entender en el sentido más completo del término. Lo que se siente al ver esta película es que realmente se puede entender lo que significó la guerra para estos seis veteranos.
El arte como una forma de madurez, de poder trascender la mirada adolescente o incluso infantil sobre los conflictos más dolorosos de la experiencia humana. Por supuesto que hay política, que hay historia, que hay un tema que todavía hoy es un problema. La película no lo desconoce ni lo ignora. Cuando dos de los veteranos –uno de cada bando- se paran frente a un mapa y argumentan los motivos por los cuales creen que las Malvinas o las Falklands pertenecen a cada país, se resuelve en dos minutos y queda más claro que largos griteríos y abusos de las consignas políticas que nos toca ver a diario.
Lo que pasó en las islas en ese breve y a la vez eterno lapso de tiempo los marcó a los seis. Los militares de carrera y los conscriptos. Incluso uno de los seis protagonistas es uno de los míticos gurkas, que alimentaron todo tipo de monstruosas historias en aquella época. Algunas escenas son un hallazgo inolvidable, como la de la pileta de natación donde Marcelo Vallejo cuenta su historia. Otras son pequeñas y a la vez enormes como la terrible historia de los soldados argentinos que murieron trasladando un bote, otras más famosas e impactantes como la del sobreviviente del Crucero General Belgrano. Pero también detalles sutiles acerca de los traumas y el dolor. Incluso uno de los veteranos ingleses que vivió atormentado durante años porque en una entrevista declaró que había sentido dolor por un soldado argentino muriéndose. El sufrimiento de los británicos es algo que no habíamos visto demasiado en Argentina. Ocultar la humanidad del enemigo es el truco más viejo que existe.
No es necesario contar todas las escenas, sí explicar que puede pasar cualquier cosa en la pantalla y que el espectador se tiene que preparar para un cine no convencional. Aunque la convención de hacer pensar y emocionar está y que resulta todo tan entretenido como el mejor drama de guerra. También resulta doloroso y angustiante, pero al final del camino la película en su lucidez genera alivio. La sensación de que el cine argentino puede hacer una obra implacable pero no panfletaria, que explore de verdad lo que significa participar de una guerra. Ficción y documental se dan la mano de la misma manera que lo hacen los seis protagonistas del film. Teatro de guerra es la mejor película que yo he visto sobre Malvinas/Falkands, porque el dolor no le impide observar, preguntar y finalmente escuchar lo que los protagonistas tienen para decir. Su historia es trascendente, como toda gran obra de arte.