La parte automática
La secuencia de títulos inciales de Ted 2 deja entrever, a modo de homenaje a las elaboradas y caleidoscópicas coreografías de Bubsy Berkeley con sus formas geométricas, el amor de Seth MacFarlane por el musical clásico, algo que ya había demostrado cuando fue anfitrión de los Oscars en 2013. Lo que sigue es el intento del creador de Padre de familia por replicar esa fórmula perfecta y porreada que era Ted, pero operando desde la redundancia y obteniendo como resultado todo lo contrario a la primera. Si aquella novedosa incursión del comediante en la dirección era salvajemente divertida e ingeniosa, ahora se aleja de la inteligencia y la acidez que presentaba de su predecesora y se acerca más al humor disperso de A Million Ways to Die in the West, su segunda película como realizador. Pero no todo está perdido. La habilidad del lechoso comediante de la sonrisa Colgate para crear las situaciones más disparatadas sigue intacta y consigue dos o tres momentos que explotan en la pantalla como ruidosos chasquibumes, aunque su efecto se extingua igual de rápido. Sin embargo, estos pequeños y efímeros rastros desperdigados, que dan cuenta de un gran manejo del género, son los menos. A diferencia de su antecesora, una comedia extraordinaria que escupía chistes eficaces de manera desaforada, aquí la mayoría resultan anémicos y perezosos, además de perder la espontaneidad porque se ven venir a kilómetros de distancia.
Se sabe: el timing es algo esencial en la comedia y MacFarlane lo entiende a la perfección, solo que a veces tiene más puntería que otras y a veces, como su personaje en A Million…, no le pega a nada. Si bien este no es el caso, ni todos los chistes sobre negros, drogas y semen del mundo le alcanzan al director, que supo forjarse una carrera a base de la repetición, para hacer de ésta una secuela digna. Sus mejores instantes son los que la comedia salvaje y escatológica logra infiltrarse en algún recoveco entre los derechos civiles, la adopción y los problemas maritales. Tampoco aportan demasiado los cameos que son muy poco graciosos ni un Mark Walhberg relegado, un poco en piloto automático y sin tanto protagonismo. La película se va desinflando en medio de una trama que a pesar de tener más carga dramática que la anterior, no genera tensión alguna. El problema no es que sea menos original que la primera, sino el desgano que se evidencia en la búsqueda constante por el chiste fácil que puede funcionar la primera vez, pero que pierde la gracia cuando se reitera una y otra vez.
Da la sensación de que MacFarlane no puso demasiado empeño en que la secuela del oso que queremos como nuestro amigo lograra sumir al espectador en una catarata imparable de risas, como sucedía con Ted. Al igual que Minions –otro ejemplar en el que escasean las ideas–Ted 2 es la prueba de lo que pasa cuando una buena idea es sobreexplotada y está evidentemente más apuntada hacia el marketing que a expandir y enriquecer el maravilloso universo presentado anteriormente.