Quisiera ser oso
No soy un incondicional de Seth MacFarlane, más bien todo lo contrario. Particularmente Padre de familia, que vendría a ser su gran obra y aporte a la cultura contemporánea, me parece un producto totalmente sobrevalorado, una sucesión de chistes a cuál más ingenioso, que es como un campeonato mundial del guionista canchero, con personajes (salvo el perro y algo del bebé) irritantes y escasamente empáticos. Padre de familia es como un clon malo de Los Simpsons que, paradójicamente, terminó teniendo tanto suceso e influencia que contaminó el humor de Los Simpsons hasta convertir también a esa enorme e inigualable serie de Matt Groening en un disparate carente de toda humanidad. Porque ese es el mayor problema que veo en la producción animada de MacFarlane: un tipo únicamente cínico, incapaz de conectar con la parte emocional de sus personajes y preocupado más en la acidez por la acidez misma que en construir un universo coherente y complejo. Padre de familia es el dibujito que seguramente amen los hermanos Coen. Y si bien algo de eso se llega a intuir en Ted, hay que reconocer que su debut en el largometraje con actores de carne y hueso (y con un oso animado) sorprende y resulta muy agradable, incluso para alguien alejado de su universo como quien suscribe. Porque ese es el verdadero acierto de Ted: sin nunca traicionar al incondicional de MacFarlane, permite que aquellos que no congeniamos con su mundo disfrutemos de una gran comedia sobre la amistad masculina.
Lo primero que hay que destacar de Ted es que cumple con lo que una comedia debe ser: es sumamente divertida, muy ocurrente, inteligente y graciosa. Uno de los problemas de la corrección política hoy es que anula muchas de las posibilidades del humor: el bienpensante primero piensa y luego ríe, porque básicamente no está bien reírse de determinadas cosas. Y eso es fatal para el género. Ted, por el contrario, avanza a puro humor: de hecho la primera línea humorística del film dice que la Navidad es esa época del año en que los niños salen a golpear judíos. Ted apunta a hacer reír, sin temor a que el moralista la señale con el dedo. Pero también la película elude uno de sus probables inconvenientes: quien piensa que se trata de una película de un solo chiste, el del oso que habla y dice cosas ocurrentes, se equivoca. Eso está más o menos implícito en sus primeros minutos (el film abre y cierra como un cuento, y el prólogo con espíritu navideño es excelente), pero luego la película ahonda en sus temas aprovechando como superficie para deslizarse el humor instalado en sus primeros minutos.
Ted habla del hombre de 30, ese que está atrapado entre la adolescencia y la necesidad de madurez, ese que Linklater trabajó desde la independencia y Apatow construyó desde la comedia mainstream del Hollywood actual. Pero esa comedia tiene modelos preexistentes, son derivaciones del cine que hacía John Hughes en los 80’s. Esa es la mayor novedad del film de MacFarlane: el cínico de campeonato le dio lugar al hombre más sensible, ese que no tiene necesariamente que cerrar cada situación con un chiste (aunque a veces se le escapa) y que se anima a la emoción. MacFarlane, impensadamente, captura del cine de Hollywood de los 80’s su esencia, su espíritu, es como Súper 8, pero mientras aquella tomaba el modelo ET o Los Gonnies, esta va hacia aquellas comedias infantiles con elemento mágico. Como me decía Gabriel Piquet a la salida de la función, hay algo de Quisiera ser grande en esta película: está el chico que pide algo extraordinario, y está el toque fantástico que le aporta otro nivel a la película. Aquí hay un chico que pide un deseo, que el oso de peluche que le regalaron para Navidad hable y lo acompañe por el resto de su vida, y un deseo que se convierte primero en bendición y luego en maldición. Porque el John Bennett de Mark Wahlberg a sus treinta y pico de años ya está un poco grandecito para vivir con su oso, un oso que simboliza, de alguna forma, lo que los muñecos en sus empaques originales de Virgen a los 40: un paso tardío a la adultez, al mundo de las responsabilidades, a la vida con obligaciones. Y si de muñecos, peluches, infancia, adolescencia, madurez hablamos, Ted se refleja en esa obra maestra reciente que fue Toy story 3.
Ted puede ser graciosa, salvajemente divertida, inteligente para meter sus referencias culturales de los 80’s (aunque a veces excede con las referencias al presente, volviéndose un poco perecedera con sus Justin Bieber y sus Taylor Lautner y sus Susan Boyle), pero también emocionante en ese momento crucial que atraviesa el protagonista, entre el osito y su chica (Mila Kunis), una mujer que a diferencia de tanta comedia sobre la amistad masculina no es histérica ni estúpida, sino que quiere construir un mundo con su pareja y John, para ser sinceros, no está preparado para tal reto. Es muy posible que mucho público festeje a Ted por sus guarradas, su humor escatológico, su virulencia constante, sus diálogos escritos con una navaja pop, pero no será culpa del film: MacFarlane, a diferencia de toda su obra anterior, se permite aquí caer en algunas sensiblerías, en una emoción real y tangible. Y no estamos celebrando la emoción por la emoción misma, sino que en este tipo de autores, siempre tan cómodos en su pose cínica y canchera, apostar a un tipo de sensibilidad es un reto y un riesgo. Todo esto es muy válido, además de su mirada sobre la sordidez de la sociedad americana y su adicción a la fama y las celebridades, pero igualmente podemos recomendarla sólo por el hecho de ser una de las comedias más graciosas del año.