Ted

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

El tiempo le dio la razón a Seth MacFarlane. Once años atrás, cuando Los Simpson empezaban su caída libre y Matt Groening se dedicaba a la cada vez mejor Futurama, Fox apagaba las luces de su creación, Padre de Familia, luego de tres temporadas. Pero como soñar no hace daño y, como demuestra John Bennett, a veces lo que uno más desea se cumple, los fanáticos de la primera hora no sólo vieron cómo Peter y el resto de los Griffin volvían a la vida, sino que recibieron como premio a American Dad! y The Cleveland Show, credenciales suficientes como para que su creador, más de una década después de haber empezado, pudiera dar su bienvenido salto al cine. El mismo lo hace dentro de un terreno que conoce, con las precauciones suficientes como para no estrellarse, con un personaje como Ted, bicho raro dentro de un grupo de "normales" que, al igual que Stewie, Brian o Roger, se convierte en vocero del humor corrosivo del realizador.

Si Buzz y Woody le hubieran hablado a Andy cuando este era un niño, seguramente Toy Story 3 habría tenido un resultado diferente, quizás más cerca de Ted, otra fábula sobre la amistad y el amor de un juguete hacia su dueño. Como es lógico, un peluche que habla inmediatamente se vuelve una sensación, pero como suele ocurrir con las estrellas fugaces, los años posteriores distan de ser glamorosos. El oso se droga, no sólo la fuma sino que es el que la consigue, se rodea de prostitutas, organiza fiestas, vive como lo podría hacer cualquier otro residente de Boston si quisiera hacerlo. Su comportamiento irresponsable es un cepo pesado que impide que John despegue hacia la madurez, es un muñeco de apego, con funciones prohibidas para menores, que hace que este mantenga un trabajo sin mucho futuro, cuyo único horizonte es la pipa que espera en el sillón.

Ted no es sólo una película para aquellos familiarizados con el trabajo de MacFarlane, curtidos en la irreverencia de su director, pero da un felpudo puñetazo en la nariz de quienes durante años han tildado su humor de vulgar e inmaduro, como si la comedia fuera sólo de un tipo. Fiel a su estilo, puede ahondar en un lenguaje que la televisión no permite y disparar contra todo aquel que se le plazca, sin necesidad de justificarse. El realizador es cultor de un humor muy particular que, si bien presenta sus diferencias con las series, es perfectamente identificable en su primera película. Malas palabras, personajes extravagantes (el raro personificado por Giovanni Ribisi como el ejemplo más claro), secuencias que se sostienen más de la cuenta, diálogos triviales de mucha efectividad, cameos o intervenciones inesperadas y la habilidad de encontrarle la gracia a cualquier aspecto de la vida, son recursos suficientes como para llevar una película de 106 minutos casi sin pérdida de ritmo y sin necesitar el "como aquella vez que…", tan utilizado por los Griffin. Previo al desenlace es que la duración comienza a sentirse, con el humor que pierde algo de su intensidad cuando la interacción de los protagonistas disminuye en favor de la trama.

Al oso creado con CGI hay que sumar a Mila Kunis, siempre cómoda en este tipo de realizaciones aunque no le toque hacer reír, y a Mark Wahlberg, a quien el humor le sienta igual de bien que en The Other Guys. MacFarlane dispone de los elementos para ofrecer una comedia contundente y no escatima a la hora de dosificarlos por el argumento. Regala así otro sencillo relato sobre la amistad, el tópico por excelencia de los últimos cinco años en las mejores producciones humorísticas, y se abre un lugar en el cine de comedia, el género más sólido de la actualidad.