El primer desamor
Cuando estaba en una edad apropiada para seguir una producción de Cris Morena, al aire estaba Rebelde way, y la banda que formaron cuatro de los actores se llamaba Erreway. Esta última estaba muy bien pensada: Luisana y Felipe tenían el look y Camila y Benjamín el cerebro; en la telenovela Camila se rebelaba como podía a las expectativas del personaje de Catherine Fulop, y Benjamín flirteaba con ella prestándole discos de Lenny Kravitz. Las canciones eran mayormente pésimas, pero cada miembro tenía una onda que, en la suma, llegaba a representar a una buena tajada de los chicos que empezábamos a preguntarnos cosas por ese entonces.
Teen Angels se despidió el año pasado después de la cosecha típica de cualquier plantel de Cris Morena: la telenovela, un musical para teatro, una parva de CD’s, la gira con el sorpresivo éxito en Israel, algún libro y la película, que en este caso es un registro del último recital, filmado en 3D para demorar un poco la precocidad de fanáticos capaces de enseñarles a sus padres a bajar películas. A diferencia de Erreway, los Teen Angels parecen gozar de un menor balance del encanto entre sus cinco miembros: Tacho Riera se pasa la mitad del show en cuero, toca la guitarra, hace una mímica sospechosa con el piano y es quien suelta las mejores impresiones en los intervalos de la película entre canciones, riéndose de sí mismo y llegando a admitir que un gran perk de ser Teen Angel es poder entrar gratis a los boliches. Los otros dos chicos surfean con simpatía el aburrimiento que provocan, y las chicas se contrastan entre la sobriedad de Rocío Igarzábal y el cada vez más grave protagonismo de Lali Espósito, quien ya carga con un bodrio nacional en 3D en su carrera (La pelea de mi vida), y en esta oportunidad suma un contacto horrendo pero efectivo con el público, opiniones de cassette y una pose sexual sobreactuada y ridícula en un par de canciones que recuerda a los singles apócrifos de Jenna Maroney, el personaje de 30 Rock.
El escenario del recital se dispuso con los cinco chicos en el centro y los músicos que, según el momento de la lista de canciones, se muestran o dejan espacio a distintas visuales. Así es que la mayoría de planos 3D sobre el escenario termina haciendo un buen efecto, resaltando a los cantantes sobre las pantallas, los músicos o el público. La película se encarga de sabotear ese logro con un montaje lleno de malas decisiones en las cámaras y los movimientos elegidos, impidiendo seguir las coreografías o al menos a los Angels mientras se van turnando sobre los versos de las canciones. Si se escucha una voz o una armonía con un efecto dramático importante en el tema, por alguna razón pasa a poncharse a alguna chica en el público, muchas veces mirando el recital tranquila o incluso pifiándole a la letra que llega de arriba. Los intervalos ya mencionados reúnen sensaciones del grupo acerca del público, el teatro Gran Rex, la despedida y las canciones que cantan solos o en pareja, con errores de ortografía en los intertítulos y opiniones desconectadas que no dejan más que un mimo de consuelo a las fans que experimentan su primera disolución de banda gracias al criterio comercial que dictaminó su final.
La puberploitation de la factoría Cris Morena trae siempre esta imposibilidad de que el producto en cuestión tenga un rendimiento digno en cada una de sus pretensiones multimediales. Es cierto que las telenovelas desde las que parten fueron siempre un combo mediocre de pop, chicos y chicas partibles, mensaje social y muchos clichés un poco insultantes para la individualidad que podemos alcanzar cuando somos jóvenes, pero nada es una buena excusa para que las nenas que lloraron frente a la tele, o con una vincha ridícula en el teatro, se lleven esto de souvenir.