Thelma, el cine y el soldado, de Brenda Taubin
¿Qué pasó con el soldado al que le mandé una carta?
La última dictadura en la Argentina (1976–1984) no fue de las más largas pero sí fue una de las más feroces. Hacia principios de los 80 ya daba señales de colapso. Ni la dictadura había podido “domesticar” la economía Argentina, la inflación se la devoraba. A pesar del encarcelamiento de gran parte del arco sindical, el 27 de abril pararon todas las fábricas del cordón industrial y los ferrocarriles Roca, Mitre y Sarmiento; el 7 de noviembre de 1981 la CGT Brasil convoca una marcha con el reclamo “Paz pan y trabajo”.
La gran marcha del 30 de Marzo de 1982 con la misma causa y consigna, es destinada a ser brutalmente reprimida, los guarismos más conservadores hablan de 40 o 50 mil manifestantes en todo el país.
A las 17:45 en Mendoza, un grupo de gendarmes fusila “como por accidente” al secretario General de AOMA, José Benedicto Ortiz[1], frente a las cámaras de canal 9, la represión había dado lugar en todo el país.
Solamente un mes después, el 2 de abril de 1982, en un contexto de cierre de fábricas , quiebre de bancos y una inflación continua e incontenible: el gobierno de Videla tuvo 147%, el de Viola 148,6%, el de Galtieri 104,4% y luego el de Bignone 401, 7% (o sea que la inflación no es sólo democrática sino es una práctica); el Brigadier Leopoldo Fortunato Galtieri, en ese momento presidente de la Junta de Reorganización Nacional, en un acto que hoy se entiende como un “delirante manotazo de ahogado”, se lanza en una campaña de corte nacionalista a “recuperar” (eufemismo) las Islas Malvinas e Islas del Atlántico sur.
En lo personal, desde el año 76, no había visto semejante despliegue de nacionalismo chauvinista. Casi todos los partidos, para no decir todos, cada uno con su correspondiente auto justificación participaron de una plaza desbordada, donde Galtieri, como un Nerón a lo Peter Ustinov, arengaba a una plaza de radiante otoño.
Puedo decir también que se persiguió a los que no estaban de acuerdo, y los que dijeron que “esto huele mal” lo dijeron en voz lo suficientemente baja por las dudas; a los que no se pusieron escarapela los vilipendiaron; la gesta era de carácter nacional incluso continental, para algunos otros veían la oportunidad de torcerle el brazo a la dictadura y otros creyeron poder conducir al monstruo.
Por un instante parecía que a muchos se le había olvidado o “puesto en espera” (por un bien mayor) que era esa, la misma dictadura que había desaparecido cerca[2] de 30 mil personas, cerrado fábricas e impuesto una suerte de primer dolarización, la “tablita” de Martínez de Hoz, las autopistas de Cacciatore, la destrucción o censura de libros, películas y otras cosas igualmente repudiables.
Inmediatamente se organizaron “comités de solidaridad”, se retiró la música británica de los anaqueles de las disquerías.
Se creó un Fondo Patriótico, donde las divas, como las mujeres de Cuyo, donaron sus joyas: Susana Giménez dio a la causa un reloj, se juntaron 40 kilos de oro incluso alguien donó Mercedes Benz, también Susana Rinaldi, Arturo Puig, Adrián Korol, Liliana López Foresi, el Bus de Pinky y Cacho Fontana para recaudar fondos al mejor estilo EEUU; con la cobertura en las Malvinas de Nicolás Kasanzew, y como había pasado en el cruce de Los Andes, donde San Martín tuvo que decir: “la indolencia de los pudientes contrasta con la generosidad de los más pobres” la gente sin nombre y apellido recaudó toneladas de alimentos y dinero.
Se sabe que Carlos Clavel era el censor a cargo que revisaba y cortaba todo el material editorial siguiendo fielmente (como Eichmann dijo en su defensa) lo establecido por la “junta de reorganización nacional”.
Esa generosidad de la que habla San Martín, generosidad e ingenuidad le llevó a muchos y muchas guardar (ocultar) cartas a los soldados dentro de sus donaciones; creyendo en el disparate. Finalmente, las mismas revistas que habían amplificado “la gesta” del comandante en jefe de la dictadura cívico-militar mostrando a Galtieri como un gran estadista; esas mismas revistas, partícipes necesarios del dislate, se regodearon inmediatamente después en la propia tragedia de la rendición, y en revolver el nunca pasajero dolor que produjo la guerra y su derrota a los pibes, a sus familias y a sus amigos, entre otras cosas.
En una nota de tapa blanquearon algo que debían haber sabido siempre, que las donaciones nunca llegaron, que ocultaron la verdadera voz de los soldados, que la prensa fue cómplice necesaria; que los soldados fueron estaqueados, que pasaron frío, subalimentados y que fueron héroes obligadamente silenciosos (se les hizo firmar un documento de discrecionalidad); que los que pudieron volver, volvieron a un país que no los quería ver a los ojos porque veía en ellos la propia y oscura realidad de haberse dejado llevar de las narices, suspendiendo y desenfocando lo que debió ser siempre el enfocado y es que era asunto de militares resolviendo de manera militar su propia crisis.
Thelma, el cine y el soldado, aún con sus dos o tres momentos bellos, pero inexplicables e inconexos, que podrían servir para cualquier historia en una playa en cualquier verano, tiene actuaciones simpáticas que arrancan a uno la sonrisa a la fuerza, pero el film no sólo parece olvidar todo lo anterior, sino que elige a un personaje como sobreviviente (si existiese) a costa de olvidar, olvidó la guerra y sus sucesos y como olvidó sus promesas de juventud, de fogón y guitarra y ahora, señores atención: se dedica con sus amigos plácidamente a jugar al golf.
La post verdad, la post realidad, la post ética, parece permitir hacer válido cualquier juego y ejercicio y que cualquier alquimia sea válida porque, en todo caso, lo importante es la subjetividad. Presentar un Yuppie como asesino serial, hacer pelear a Lincoln con vampiros republicanos, parece que la post memoria, no se sostiene sobre el juego dialéctico del recuerdo y el olvido, sino en reescribir (sin prejuicio alguno) el pasado a la medida de la sensibilidad de cada quién.
Herzog, a quien habría que adjudicar ser el que más insistió con lo que en aquellos antiguos pasados, los mediados del siglo XX, se denominaba “la realidad” a la que deconstruyó y junto a él, Vattimo, Deleuze y Derrida, por nombrar algunos, le dieron contexto teórico. Pero Werner, para poder decir lo que dijo, (abstracciones dentro de abstracciones, para finalmente llegar a otras abstracciones) nunca puso en duda que deconstruía la realidad para siempre: lo que él buscaba era encontrar finalmente (para todos) la verdad.
Parece que la consigna de una farmaceútica que prescribe el No dolor, ha dado resultado, todo se puede reescribir en clave lúdica, siempre y cuando el dolor sea algo lejano quedado en el olvido, algo de tiempos pasados
Me pregunto entonces ¿cuál es la realidad que se quiere deconstruir? ¿cuál es la verdad que se quiere decir?
El film pone en clave de comedia realista una ficción con aspiraciones a entrar en el catálogo de los falsos documentales o Mockumentary; para esto parece pivotar sobre diversos acontecimientos tomados como puntos de referencia, sobre los que se apoya manteniendo un supuesto principio de realidad; sin embargo, la comedia, o autoreflexión o autoconciencia recién aparece en el minuto 8:45 donde más parece un giro que subsana un error, la aparición del micrófono en filmes como La casa de mi padre (Matt Piedmont, 2012, EEUU), Spinal Tap (This is spinal tap, Rob Reiner, 1984, EEUU) y otras ya lo explotaron in extenso.
Obviamente basado en “Operación chocolate” (Carlos Castro y Silvia Maturana, Arg, 2/04/2022) un documental que sigue los pasos de Gustavo Vidal que a la edad de 7 años (tiempo en que ocurría el conflicto), mandó un chocolate, en cuyo interior se ocultaba una carta; la que tiempo después fue encontrada por una una niña en un kiosko de Comodoro Rivadavia, visibilizando así, lo que algunos ya sabían, otros suponían, pero que nadie ignoraba, sobre el manejo discrecional e incluso delictivo, de las donaciones, tanto de los alimentos, como los monetarios. La carta a un soldado en el interior del embalaje de un chocolate, aparecía como un fantasma (un exceso) abriéndose paso en la bruma de la historia, haciendo evidente, en una nimiedad, todo el aparato corrupto de las Fuerzas Armadas Argentinas. La carta en el chocolate abría, de manera reveladora, la caja de las miserias.
Si una banda de rock puede ser comidilla de folletín barato, incluso Syd Barrett (1946–2006) y convertirse en un género cinematográfico por motus propio, marcando el final de una etapa de maridaje entre rock y cine, tenía al disociar la melancolía del documental de rock[3], y si la persecución nazi fue parodiada por El gran dictador (the great dictator, Charles Chaplin, 1940, EEUU) o Ser o no ser (to be or not to be, Ernst Lubitsch, 1942 EEUU) o incluso Jo Jo Rabbit (JoJo Rabbit, Taika Waititi, 2019, EEUU) no falsean la realidad, ni incluyen alguna distorsión de la misma, en este sentido el trasfondo de la guerra aunque no esté en primer plano, éste lo tiñe todo.
La guerra de las Malvinas y su discusión no ha llegado a la madurez de permitirse la comedia, sin embargo y de la misma manera que me han mandado un GiF de Hitler montado con las fotos de Heinrich Hoffmann, yo hago mías las palabras del poema de Cayrol:
“Mientras ahora les hablo, la gélida agua de los estanques y ruinas, llenan los huecos de las fosas comunes, así como un agua fría y opaca, con nuestra mala memoria. La guerra se adormila, con un ojo siempre abierto. La hierba fiel ha regresado de nuevo al patio de formar, en torno a los bloques. Un pueblo abandonado aún lleno de amenazas. El crematorio ya no se usa.La astucia nazi está pasada de moda. 9 millones de muertos en ese paisaje. ¿Quién de entre nosotros vigila desde esta extraña atalaya, para advertir la llegada de nuevos verdugos? ¿Son sus caras en verdad distintas a las nuestras? En alguna parte entre nosotros, afortunados capos aún sobreviven, reincorporando oficiales y delatores desconocidos. Hay quienes no lo creen o sólo de vez en cuando. Con nuestra sincera mirada examinamos esas ruinas, como si el viejo monstruo yaciera bajo los escombros. Pretendemos llenar de nuevas esperanzas, como si las imágenes retrocedieran al pasado, como si fuésemos curados de una vez por todas, de la peste de los campos de concentración, como si de verdad creyésemos que esto ocurrió sólo en una época y en un solo país y que pasamos por alto las cosas que nos rodean y que hacemos oídos sordos al grito que no calla.”
En el aniversario de Malvinas, dejar de trasfondo que los ex soldados finalmente no la pasan tan mal, a pesar de las intervenciones de correcto corte documental, el chiste no cae bien parado.
[1] Artículo Mendoza: homenaje a 30 años de la muerte del gremialista José Benedicto Ortiz, publicado por la Agencia Paco Urondo el 13/04/2012.
[2] Digo “cerca de” porque todavía van a desaparcer algunas personas más.
[3] Carlos Aimeur, valenciaplaza.com/50-peliculas-de-rock-que-hay-que-ver-antes-de-morir