UNA HISTORIA DEL CINE
Telma tiene una pasión, el cine. Todos los jueves, con sus amigas también jubiladas, participa de un cineclub y se encierra en la sala oscura para sorprenderse con alguna historia. Lo que nunca imaginó, tal vez, es que ella misma sería parte de una de esas historias proyectadas en la pantalla; que ella misma sería parte de esa abstracción, conocida popularmente como magia, que alumbra el cine. Porque Telma guarda una historia del pasado, de esas que solo parecen posibles en las películas: durante la Guerra de Malvinas, su hija de 15 años se carteó con un soldado que estaba combatiendo en las islas. Ese intercambio quedó trunco, pero Telma nunca ocultó su deseo de saber qué fue de la vida de “El Tano”, tal era el apodo de aquel joven combatiente de 19 años. Casi cuarenta años después sale a la búsqueda de aquel soldado, del que solo tiene un dato: su nombre y apellido.
El carácter casi inverosímil de la empresa que ponen en marcha Telma, su cuñada y sus amigas es algo de lo que se da cuenta la directora Brenda Taubin, quien no solo construye un documental sobre esa historia, sino que además pone en escena un documental sobre el documental, donde el registro se hace evidente y la ficción, también. Cine dentro del cine, que en este caso deja en evidencia el cariño de la directora por sus personajes y también por esa historia con la que se compromete hasta las lágrimas, como se verá en determinado pasaje. Así es como Telma, el cine y el soldado es un documental, una meta-película y también un relato detectivesco, con este grupo de jubiladas llegando hasta el Ministerio de Defensa en una de las mejores secuencias, donde el fuera del campo y el sonido construyen un momento tan espontáneo como divertido. Y ahí, en resumen, el documental y el artificio (lo imprevisible y la puesta en escena deliberada) vuelven a darse la mano.
Pero hay algo no menor en la película, que se relaciona con lo cultural y con la forma en que nos relacionamos con nuestra propia historia: el tema Malvinas. En el film de Taubin hay una mirada deliberadamente ligera y despojada de dramatismo, más allá que en ocasiones surja la dureza de la experiencia. Pero por ejemplo imágenes de archivo de la TV Pública de aquellos años, que en el documental 1982 de Lucas Gallo servían para construir un relato del horror y el cinismo militarista, aquí aparecen como meros planos de referencia para situar la experiencia de las protagonistas en tiempo y espacio. Habrá quienes vean en Telma, el cine y el soldado algo de banalidad al respecto, de descompromiso político.
Pero la película de Taubin es clara en sus intenciones de hacer un recorte, de encontrar una historia posible dentro de las múltiples historias que se dieron en aquel contexto. No se presenta como un fresco sobre Malvinas, sino más bien como una historia de vínculos que se dan a lo largo del tiempo, que se construyen sobre la base de la suposición y donde los cuerpos apenas se intuyen y se rellenan con la imaginación. Una historia de relaciones con los códigos de hace cuatro décadas que se resuelven con las posibilidades que brida hoy la tecnología. Y también una celebración del cine como punto de encuentro. Telma, el cine y el soldado es una película muy divertida sobre aquello que fuimos y lo que terminamos siendo, pero además una luz que nos muestra el camino sobre cómo vincularnos con aquellos hechos dolorosos de la historia que de tanto cuidado se terminan convirtiendo en tabú. Con su empuje y carisma, Telma se termina llevando todo eso por delante.