¿Y será justicia...?
Un filme de una belleza esperable de los Coen.
A lo largo de su ya extensa carrera (15 largos en 27 años), los hermanos Coen han hecho repasos y relecturas de géneros. El policial, el film noir y la comedia clásica pasaron bajo el severo filtro de Joel y Ethan, que imprimen su huella a cada cosa que tocan, para bien o para mal.
Temple de acero , más que una aproximación a un género, es directamente una remake. El filme de Henry Hathaway, de 1969, lo protagonizó John Wayne, quien ganó un Oscar a mejor actor por el rol que ahora encarna Jeff Bridges. Pero los hermanos dirán que es otra adaptación de la celebrada novela de Charles Portis. Más allá del origen de la trama (o quizás a partir de combinar sensibilidades con las del autor), los Coen han hecho la que quizás sea su película más clásica, humana y conmovedora.
Temple de acero , con su tono cambiante y sus dos partes bien diferenciadas, parece arrancar desde la típica mirada burlona de los Coen, pero de a poco el asunto se va tornando serio, sin perder el humor pero sin caer en la parodia.
La histo ria es sencilla y clásica. Un hombre es asesinado y el criminal se escapa. Mattie llega al pueblo con el deseo de atrapar al asesino de su padre y, de ser necesario, hacer justicia por mano propia. El caso tiene dos particularidades: la instigadora de la búsqueda es una niña de 14 años (la sorprendente Hailee Steinfeld, de 13 años cuando se filmó) con una personalidad fuerte. Y el veterano sheriff al que contrata es Rooster Cogburn (Bridges), borracho perdedor, violento, que se caracteriza por disparar primero y preguntar después.
En la primera parte que tiene lugar en el pueblo, los Coen describen las idas y vueltas de la niña para conseguir dinero y contratar al contrariado Rooster. Allí, aprovechando el enrevesado lenguaje de la época y de la novela original, dan rienda suelta a otra estilizada aproximación al género, a mitad de camino entre cita y parodia, que se acrecienta cuando aparece en escena LaBoeuf, un pintoresco oficial texano que busca al asesino por otra causa, y que Matt Damon encarna al borde de la caricatura.
La segunda parte se inicia cuando Mattie decide ir con ellos a la caza del criminal, del otro lado del río y en medio de territorio indígena, donde los peligros y las sorpresas acechan. Desde allí el filme se centrará en la búsqueda, en la relación entre estos tres personajes y en los encuentros que tendrán en su recorrido, que, en casos, terminarán en violentos enfrentamientos.
Para los Coen, este ejercicio de retomar un género les permitió aflojar un poco las riendas de su habitual control maestro y dejar que el filme fluya con naturalidad, dándole a los personajes inesperadas dosis de humanidad y otorgando pequeños momentos de humor paródico.
Esta puede ser una historia de justicia por mano propia (y un enorme éxito en los Estados Unidos que algunos leyeron como una evidencia del retorno de un pensamiento reaccionario en ese país), pero excede esa lectura desde la misma construcción del trío, un grupo dispar y con una pésima relación al empezar su aventura, y que terminarán uniéndose cuando la situación se ponga difícil.
Temple de acero es de una belleza cinematográfica esperable ya en el cine de los Coen y apenas podría criticársele una confusa edición en las escenas de acción. Bridges vuelve a lucirse en un rol con similitudes al de Loco corazón por el que ganó el Oscar, y Damon sabe hasta dónde llevar la extrañeza de su personaje, evitando el chiste fácil. Pero el real descubrimiento, y el verdadero temple de acero, es el de la intensa Steinfeld, una niña de la que seguramente volveremos a oír hablar.
Lo que torna a Temple de acero en una de las mejores películas de los Coen es la capacidad de empatía que parecen demostrar con las criaturas (solidarias, falibles, llenas de grises) que retratan. Sobre el final, en una noche estrellada y desesperada, surge algo parecido a la emoción. Para Joel y Ethan –la dupla más canchera de la clase-, es casi un hecho histórico.