Un homenaje al género por excelencia y a Ford, el mejor exponente en materia de dirección de westerns hasta la fecha.
Extrañamente el más recordado western de John Ford, Más Corazón que Odio, comienza con las palabras “Hola Ethan”. Me encantaría poder interpretarlo como un guiño hacia el nombre de uno de los amados/odiados hermanos Coen, quienes con esta remake del clásico Temple de Acero, original al igual que Más Corazón…tambien fue protagonizado por el vaquero más conocido de todos los tiempos e institución norteamericana: John Wayne.
Si bien los Coen ya habían incursionado en materia de realizar remakes, lo hicieron con la bochornosa El Quinteto de la Muerte (The Ladykillers), queriendo renovar el clásico de Alexander Mackendrick protagonizado por gemas británicas como fueron los multifacéticos maestro y alumno en materia actoral, Alec Guinness y Peter Sellers respectivamente, con Temple de Acero, el resultado distó extremadamente de la anterior experiencia. Nos encontramos con algo que no sucede con frecuencia, uno de esos casos donde la remake “es” mejor que el original. Es más, si nos tornamos puntillosos, el original en gran parte poseía un gran potencial en materia de guión y elenco (John Wayne, Robert Duvall, Dennis Hopper), dos aspectos que siguen vigentes (Jeff Bridges, Matt Damon, Josh Brolin, Barry Pepper), pero en contraste, la actual, cuyas tomas, fotografía, score y edición, resultan infinitamente cercanas a un cine de mayor calidad. Temple de Acero nos acerca a ese cine en estado puro, casi extinto, aquel que sólo puedo vincular “recientemente” con el estreno de Petroleo Sangriento (gran homenaje a El Tesoro de Sierra Madre) de Paul Thomas Anderson, donde el terreno, la inmensidad de la tierra, el color en los cielos, sumados a la cuidada fotografía en relación al dramatismo involucrado en el guión eran tan funcionales como el relato mismo, un personaje más dentro del film.
Las discusiones sobre que todo tiempo anterior ha sido mejor, llegaron a un momento de mi vida que me cansaron, es una frase que se puede vincular a un sinfín de situaciones cotidianas, cinematográficamente hablando, la frase viene repicando en mi mente hace rato, no encuentro cine, pasión, satisfacción al entrar a una sala. Son muy pocos los ejemplos, muy pocos los momentos cinematográficos de una película entera que me movilicen. Es por ello que revisionar clásicos ha sido una de las tareas más placenteras a las que vengo abocándome en los últimos tiempos, y es allí donde encuentro mi refugio cinematográfico, entre obras un tanto olvidadas, actuaciones memorables y los mejores géneros jamás tan vigentes, entre ellos: el western.
Para hablar de westerns indudablemente debemos remitirnos a Ford, Hawks, Peckinpah, Hathaway, Mamoulian, Leone, Sturgess, Mann, Walsh, MacLaglen y Zinnemann.
Temple de Acero, en mi humilde opinión, constituye el film menos personal de los hermanos Coen y a su vez, uno de sus mejores. Bien podríamos barajar sobre la mesa cuantiosas hipótesis y ejemplos al respecto, el uso de la música, los paisajes, diálogos, pero en todas ellas, llegaríamos al punto de inflexión de la reconstrucción, ver a un jinete cabalgando hasta el cansancio, contemplando solamente su figura, la de su caballo, la del terreno, todas sombrías y oscuras, frente a un cielo anaranjado, corriendo de extremo izquierdo a derecho de la pantalla de formato wide 2:35:1, no es más que un ejemplo de puro cine, puro género, puro western.
Al igual que en la original, el personaje aquí interpretado por Hailee Steinfeld, es el de una niña cuyo padre ha sido asesinado, obstinada e insistente –teniendo en cuenta su temprana edad-, logra imponerse ante hombres mayores y buscar así a un mariscal, viejo, ciego de un ojo, alcohólico, duro y de antaño apodado Rooster (gallo) Cogburn (Jeff Bridges). La misión encomendada no será otra que la de vengar la muerte, encontrar al conocido asesino a cambio de una recompensa.
Dentro del cast de secundarios, hay una participación que se destaca frente al resto y es la de Barry Pepper, quien en escasos minutos, personifica a un despiadado ladrón, jefe de banda y con palabra.
La voz en off sirve como recuento de la historia, que en este caso no debe aceptar secuelas como lo fuera con la original, un duelo actoral entre Wayne y Hepburn, La Dama y el Vaquero, algo así como La Reina Africana en el oeste.