Al igual que cuando David Lynch entregó su "Historia Sencilla", el film más atípico de los Coen brilla por su simpleza: Temple de Acero, mitad adaptación literaria, mitad remake, es un western clásico con todos los elementos del far west exactamente dónde tienen que estar.
Casi no se percibe ese humor negro típico de los célebres hermanos, ni la violencia se exalta por encima del grotesco. Todo aquí funciona a perfecto tono con lo que se está narrando, mientras que los personajes, dotados todos de una humanidad fuera de cualquier estereotipo, acompañan la historia desde su perspectiva y se dejan llevar por la aventura que los realizadores proponen.
Mattie Ross (Hailee Steinfeld) lleva el relato y hace que, con tan sólo catorce años, todo gire en torno a ella. El punto de partida, como en tantos otros westerns, es ni más ni menos que una venganza. Pero, consciente de que no hay aquí justicia poética que valga (las tragedias se acercan más al cine de Ford que al de Leone, a pesar de que algunas escenas presentan una alta estilización), Mattie se ve obligada a reclutar a un alcohólico Marshall (Jeff Bridges), a quien fuentes confiables recomiendan, puesto que es posiblemente el último hombre con verdadero "temple de acero", para que le ayude en la tarea de atrapar al asesino de su padre y llevarlo a la justicia (así sea por mano propia).
A la aventura se suma el Texas Ranger llamado LaBoeuf (Matt Damon, probablemente en uno de los mejores papeles de su carrera), y a partir de allí, si hubiesen rutas en lugar de tierra, podría decirse que el film de los otrora directores de Sin Lugar para los débiles"se convierte en una road movie.
Los días y noches pasan, al tiempo que los personajes se pelean, se amigan, se separan y se vuelven a reencontrar, sólo para descubrir lo impensado pero lógico: no hay "villanos" ni "maldad absoluta", sino seres humanos detrás de cada crimen, y al tiempo que la demonización del enemigo se cae a pedazos, la necesidad de conseguir justicia no cesa: después de todo, a eso parece reducirse la existencia de la protagonista.
Los hermanos responsables de clásicos contemporáneos como Fargo, Simplemente Sangre, Barton Fink y El Gran Lebowski encuentran en Temple de Acero la excusa perfecta para adentrarse en el imaginario inagotable del lejano Oeste (ya lo habían rozado con la antes mencionada Sin Lugar Para los Débiles), y encuentran en el género uno de los puntos más altos de su cinematografía. Quién hubiese dicho que éste sería, justamente, el menos reconocible a los ojos de autor.