Fascinante y desgarradora incursión al comienzo del fin de la inocencia
Natalia Garagiola se suma con esta notable ópera prima a la brillante camada de guionistas y directoras que han surgido en los últimos años en la Argentina, algo que no muchas cinematografías pueden ostentar en cuanto a cantidad, calidad y diversidad en una industria dominada por hombres (y miradas muchas veces machistas). Los riesgos asumidos por Garagiola para su primer largometraje son muchos y sale airosa de la inmensa mayoría de ellos: desde haber elegido a un actor sin experiencia previa como Lautaro Bettoni para el papel protagónico hasta acercarse a la problemática adolescente (una de las constantes temáticas del cine nacional) desde una perspectiva y un contexto tanto familiar como social y geográfico diferentes.
Nahuel (Bettoni) acaba de sufrir la muerte de su madre y no encuentra la manera de canalizar la angustia, el vacío y el dolor. Apenas se comunica con quien fuera la última pareja de su mamá (Boy Olmi) y la situación es tan tensa e inestable que se verá obligado a mudarse a San Martín de los Andes, donde vive su padre de sangre (Germán Palacios), a quien no ve desde hace una década.
Ernesto es un guía de caza bastante huraño que además ha formado una nueva y numerosa familia y no tiene demasiada paciencia para soportar los desplantes, provocaciones y arrebatos agresivos de un hijo al que prácticamente no conoce. Garagiola propone varios viajes (externos e internos): un tránsito de Buenos Aires al crudo invierno del Sur, de la adolescencia rebelde, desorientada y descontenida frente a las nuevas exigencias de la vida adulta, de la inocencia perdida al despertar sexual. Un relato de iniciación, redención y reconciliación construido con rigor, austeridad, inteligencia y sensibilidad. Los diálogos son mínimos porque bastan pequeños gestos y detalles para exponer en toda su dimensión las contradicciones tanto del padre como del hijo, así como sus incapacidades y frustraciones.
Para la construcción de ese universo de violencia contenida (las armas de caza y la dureza de la vida rural están siempre sobrevolando), de creciente incomodidad y tensión, es fundamental el trabajo visual (el director de fotografía fue el talentoso Fernando Lockett), sonoro (a cargo de Santiago Fumagalli) y el tempo narrativo (la edición fue de Gonzalo Tobal). El resultado es una fascinante y desgarradora incursión en ese universo tan desconcertante e inasible como el del final de la adolescencia.