La fragilidad del macho
En su primera película, ganadora del Premio del Público en Venecia, Natalia Garagiola muestra una relación padre-hijo con mirada sensible y original.
En un principio puede parecer extraño que esta película tan “masculina”, o al menos con un protagonista varón atravesado por conflictos propios de su sexo, esté escrita y dirigida por una mujer, y para colmo por una mujer joven y debutante. No sé si a ella le gustará o no (si estará de acuerdo no con) la observación, pero me parece que la primera secuencia da cuenta de esta cuestión de género.
Un grupo de chicos se preparan para un partido de rugby y la cámara se mueve frenéticamente buscando sus rostros y captando esas expresiones adolescentes masculinas en las que abundan los “boludo”. El partido empieza, pero la cámara de golpe se va al campo de al lado, en el que un grupo de chicas juegan al hockey. A lo lejos se oye un disturbio y la música nos indica que está pasando algo malo. El partido de hockey se detiene y las chicas miran al otro campo. La entrenadora sale corriendo y, a pesar de que les dice a las jugadoras que se queden ahí, ellas corren también.
El partido de rugby se interrumpió porque dos chicos se están peleando y el resto, en lugar de separarlos, los arenga. Las chicas observan, como observa la directora, ese ritual machote y animal. Uno de esos chicos será luego el protagonista de la historia, Nahuel (Lautaro Bettoni), cuya madre acaba de morir y que canaliza su angustia mediante raptos de violencia.
Nahuel vive con su padrastro (Boy Olmi), pero deberá viajar al sur para reencontrarse con su padre biológico (Germán Palacios), un guía de caza hosco y huraño a quien no ve hace diez años. Su padre y su padrastro son dos modelos de masculinidad (uno urbano y profesional, el otro rústico y salvaje) y la historia de Temporada de caza es finalmente un coming of age de un chico que, camino a convertirse en un hombre, tiene que ver en qué tipo de hombre se quiere convertir.
Si pensamos en las películas de coming of age con protagonistas masculinos, en general este conflicto no parece plantearse. El acento está puesto en el despertar sexual (acá también hay una historia en ese sentido, por supuesto), pero la masculinidad no suele estar puesta en discusión, a menos que sea para contar una historia gay (pienso en la extraordinaria Krámpack). Es ahí donde entra Natalia Garagiola con su mirada femenina, y se despacha con una película sensible sobre dos tipos rudos, que encuentra la fragilidad del macho con una cámara movediza y potente, y un Lautaro Bettoni (también debutante) alejado del prototipo del actor indie pero que igual logra transmitir una delicadeza pocas veces vista.