El rugbier y el cazador.
Ni siquiera él parece entender los verdaderos motivos de esa pelea con que empieza la historia, cuando todavía no sabemos nada sobre Nahuel ni por qué debe cambiar su acomodada vida en Buenos Aires por una mucho más rústica en Neuquén, en casa de su padre biológico que es guía de caza para turistas.
Él está en ese momento de la adolescencia en que ningún adulto hace las cosas bien, algo que no se contiene en expresar con violencia física y verbal en cuanto tiene la oportunidad. Odia al padre que lo abandonó siendo un bebé, pero también odia al padre que lo abandona ahora que su madre ha muerto, forzando a una nueva vida por la que no sólo no tiene interés, sino que parece detestar desde las entrañas.
El hombre que lo recibe tampoco le facilita las cosas: con una nueva familia armada y un carácter bastante diferente al del entorno en que Nahuel se crió, él mismo se ve tan desconcertado o fuera de lugar como el adolescente. Después de unos primeros días donde todo se le va de las manos parece tan dispuesto a rendirse como Nahuel; pero no huye de ese rol que no tiene idea cómo ejercer, sino que le pone todo el empeño para hacer lo mejor que pueda, por más que le duela en lo más profundo.
El silencio que habla:
La historia de Temporada de Caza no es compleja aunque tiene el acierto de ir revelando la información en pequeñas dosis y casi nunca de forma directa, sino insinuada a través de acciones que a primera vista pueden parecer desconectadas. Siempre guiada por la mirada de Nahuel (Lautaro Bettoni) algunas piezas de la historia van cayendo en su lugar recién cuando él está listo para asimilarlas, completando de a poco nuestro panorama y dando contexto a esos arrebatos de furia que en un principio lo presentan tan odioso. Al ir recibiendo los detalles de su pasado, que fueron construyendo todo ese enojo que carga encima, lo entendemos mejor. Algo similar ocurre con Ernesto (Germán Palacios) y sus potentes silencios que hablan por él, contando sus verdaderos motivos para alejarse del hijo que eligió no criar.
Al ser el eje de la historia justamente dos personajes que tienen problemas para comunicarse, resulta fundamental el trabajo de los intérpretes para lograr transmitir lo que no pueden decir: en ambos casos lo logran con mucho éxito. Está el agregado de unas pocas apariciones de Boy Olmi como el padre porteño de Nahuel, que no por secundario deja de llamar la atención con su habilidad de hablar con los ojos.
Quizás el punto más criticable de esa trama es justamente cuando se desvía para mostrar a Nahuel en su entorno adolescente, formando un nuevo grupo de amigos con el que empujar los límites que les imponen los grandes. Aunque esas escenas ayudan a construir un entorno verosímil, no aportan casi nada a la trama ni la construcción de personajes, y reciben más tiempo del que merecen o necesitan. Además de desentonar con el tono del resto de la película, provocan una caída en el ritmo narrativo que de otra forma sería parejo y correcto en toda su extensión.
Desde el lado visual, toma el riesgo de mostrar el paisaje turístico con una belleza desromantizada, marcando la dureza que esa vida tiene en comparación a las comodidades acostumbradas por el protagonista. El frío y la incomodidad son casi corpóreos, parte del ambiente y de la historia, especialmente en las escenas nocturnas donde el negro vacío se siente opresivo a los ojos citadinos para quienes la oscuridad exterior es apenas una forma de decir. Con una buena propuesta de fotografía y ambientación logra salirse del spot turístico en que muchas veces cae nuestro cine cuando muestra un lugar como ese bosque o lago.
Conclusión:
Intensa, emotiva y con buen ritmo, Temporada de Caza es ejemplo de buen balance entre guión e interpretación, pero sobre todo de una narración que usa la imagen para contar sin sobreexplicar