La contundencia de los hábitos prodiga la superstición de que todo tiene un orden y que las acciones se encaminan hacia algún lado. A muy temprana edad arranca el adoctrinamiento del calendario y los horarios escolares; llegada la adolescencia ya se ha aprendido una forma de estar en el tiempo y un modo de proyectarse en él. Una muerte temprana borra sin aviso, al menos por un rato, el hechizo. Es lo que intuye Nahuel ante la muerte de su madre. El orden de su mundo es frágil.
La notable escena de inicio suministra los signos de este clásico drama filial. La violencia expresada por Nahuel en un partido estudiantil de rugby amateur cifra su desesperación espiritual, como también su bienestar material. Todo alude a un círculo de pertenencia, insuficiente, no obstante, para contenerlo. El comprensivo padrastro no apelará al castigo frente a la amonestación de la institución educativa y alentará a que el joven vaya a la Patagonia para conocer a su padre biológico.