Muchas parejas sueñan con casarse y tener hijos; pareciera uno de los proyectos ineludibles de todo ser humano. Eva (magistral Tilda Swinton), con sus cuarenta años a cuestas, está felizmente casada con su esposo (John C. Reilly), es autora y editora de guías de viaje, y lo único que le falta es ser madre, cuestión que resuelve dando a luz a su primer hijo Kevin. Sin embargo, nada es como ella esperaba, las expectativas puestas en el proyecto de ser madre no se parecen en nada a la realidad que comienza a vivir.
En la película “Tenemos que hablar de Kevin”, basada en la novela de Lionel Shriver, Eva pone a un lado sus ambiciones y su carrera profesional para dar a luz a su hijo. La relación entre ambos es extrañamente complicada desde los primeros años, mostrando el niño una evidente antipatía hacia su madre, todo lo contrario de lo que sucede con su padre.
Cuando Kevin (magnético Ezra Miller) tiene 15 años realiza un acto irracional e inexplicable a los ojos de toda comunidad. Eva lucha con sus propios sentimientos de dolor y responsabilidad y vive un presente sombrío y malogrado.
Es intrigante todo el desarrollo del filme, porque el montaje salta en el tiempo constantemente, mostrando pero sin revelar lo que sucedió con Eva, que la vemos en un presente devastado. Swinton está superlativa, pero la dirección de Lynne Ramsay es algo "afectada", con una puesta en escena algo forzada; el color rojo constante, presente en todo, es poco sutil y resulta abusivo su uso.
Por otro lado, el estilo de montaje “saltado” tiene sus aportes positivos, pero por momentos no favorece el desarrollo del guión. El trailer (engañoso) presenta una película algo más convencional, que particularmente hubiera agradecido más. En este filme inglés hubo más preocupación por la forma que por el contenido, lo que puede desanimar hasta al espectador más osado.