Semilla de maldad
Tilda Swinton se luce en este duro filme sobre la relación entre madre e hijo.
A mitad de camino entre la película de terror y el estudio psicológico de una tensa relación, Tenemos que hablar de Kevin es más bien el retrato de una crisis nerviosa, de la depresión en la que entra una madre luego de que su hijo adolescente comete un acto terrible de insoportables consecuencias.
En términos narrativos, el tercer filme de la talentosa realizadora escocesa Lynne Ramsay (la excelente Ratcatcher y El viaje de Morvern ) cuenta la difícil relación entre una madre y su hijo desde el embarazo hasta ese momento de quiebre, la incómoda historia de cómo quien parece ser un hijo no deseado se va transformando en una especie de monstruo que parece querer castigarla por traerlo al mundo, por no quererlo lo suficiente o, simplemente, porque es más parecido a lo que ella sería si “la vida” no la hubiese domesticado.
Pero esa visión literal del filme sería limitada, ya que la historia se presenta como la pesadilla, los pedazos de un espejo roto que Eva, la madre, revisa cuando mira su vida en un estado casi catatónico. Yendo y viniendo en el tiempo, reforzando (acaso demasiado, a partir de recurrentes motivos visuales y auditivos que lanza Ramsay al espectador) la idea de inestabilidad emocional, tal vez todo lo que vemos no sea más que una deformación afiebrada de esa relación.
Es que más de un espectador podrá preguntarse, viendo el filme, hasta qué punto es posible que nadie se dé cuenta de los problemas de un chico que se niega a ir al baño solo hasta los 8 años, destruye el cuarto y las cosas de su madre, y la tortura con su desprecio, su falta de afecto y su tono burlón y cínico (a su padre, en cambio, lo trata con afecto, pero sólo para molestarla a Eva). Ramsay parece allí apelar a una visión distorsionada. Tanto para la madre como para el hijo, los únicos que existen son ellos, y la película es ese juego de ajedrez vuelto pesadilla.
Ramsay quiere hablar de demasiadas cosas en el filme y en ese sentido su retrato “social” de cómo Eva (extraordinaria Tilda Swinton, mezcla de tolerancia, desprecio, bronca, miedo y depresión en cada plano) tiene que tolerar las consecuencias de los actos de su hijo a partir de las reacciones de otras personas, la lleva a un territorio algo obvio. Con pintar la relación y la vida familiar queda claro que, en el fondo, el filme es una crítica casi “lynchiana” al sueño americano. Transformar en monstruos a los demás puede ser excesivo, por más que integren en cierto sentido la permanente pesadilla que es su vida.
Tenemos que hablar de Kevin es una película perturbadora, dura, incómoda. Un filme que cualquier madre (o padre) verá con cierto espanto y terror, pero que en algún lugar se reconocerá en esas sensaciones confusas y ambiguas que se pueden producir en la relación con sus propios hijos, por más que las chances de que salgan como Kevin sean, por suerte, ínfimas.