El demonio en casa
En principio, el argumento de Tenemos que hablar de Kevin se anticipa interesante. Queriendo comprobar que el rubro "masacre escolar" no fue agotado sociológicamente por Michael Moore ni artísticamente por Gus Van Sant, la escocesa Lynne Ramsay aborda el tabú con la consigna (adaptada de la novela de Lionel Shriver) de contarlo todo desde la mirada de la madre de quien será el asesino de sus compañeros. Así, las idas y vueltas temporales muestran la convivencia hogareña con el Kevin bebé, niño y adolescente, hasta que sucede lo inevitable.
Pero una vez plantada la temática, la película, en plena fuga de los antecedentes fílmicos mencionados, termina contando otra cosa: Ramsay no pretende en ningún momento explicar los antecedentes psicológicos o familiares que pueden haber desencadenado el asunto, no intenta atisbar el origen posible de la matanza. Lo que cuenta es otra cosa: apoyada en el gran trabajo de Tilda Swinton, el filme aborda el inexplorado terreno cinematográfico de la desolación que sufre una madre cuando su hijo no conecta con ella, la repugnancia de haber dado a luz a semejante criatura perversa que ya de bebé la mira con una maléfica intensidad.
Esa soledad desesperada y ese vínculo extrañado entre ella y su hijo es lo mejor del filme, que mantiene sagazmente en un segundo plano al padre (John C. Reilly) y a la hija menor (Ashley Gerasimovich). Pero las muecas y los actos mefistofélicos del Kevin mayor (el ascendente Ezra Miller), el más próximo al episodio sangriento, sumergen súbitamente al filme en una atmósfera de terror, con el suspenso de entrecasa ante cada próximo paso inaudito que dará "Chucky" Kevin.
El problema de Tenemos que hablar de Kevin radica desde un comienzo en su causalidad viciada, ya que parte de una premisa que no cumple (¿para qué el contexto de matanza de secundario, frente a un niño que ya nace endemoniado? ¿Por qué el moralismo ulterior, si todo responde a una maldad casi sobrenatural de quien bien podría haber nacido del vientre de Mrs. Rosemary?).
Por eso, la naturaleza inclasificable de Tenemos que hablar de Kevin es también su propia trampa. Como thriller tal vez sea un hallazgo, pero entonces la cruzada a lo Columbine no es más que una carnada.