Años han pasado desde el estreno de ese film pequeño y enigmático que I-Sat solía emitir, El Viaje de Morvern. Su directora, Lynne Ramsay, estuvo ausente de las pantallas cerca de una década y su auspicioso regreso llega de la mano de Kevin, un joven que dio y dará que hablar. Con él aborda una problemática propia de la época, enfocándose en una parte de la ecuación que hasta el momento era ignorada. En cualquier caso de violencia hay dos caras, la víctima, aunque aquí son muchas más que una, y el victimario. Pero qué ocurre con la familia del segundo, aquellos que se ven afectados por las consecuencias de los actos del primogénito, a la vez que son considerados culpables por dar origen a tan pernicioso mal. En esa fina línea se sitúa We need to talk about Kevin, película que sigue a Eva, la mamá de la bestia.
Como si se tratara de un demonio, Kevin pareciera haber nacido siendo malo. No hay ningún acontecimiento que defina su existencia futura, no es víctima de abusos y vive junto a su familia acomodada en una gran casa de los suburbios. Hay cierta indefinición en torno al desarrollo psicológico de este joven, un psicópata desde su edad más temprana, capaz de ser un niño dulce y bueno a los ojos del ausente padre, a la vez que un diablo reencarnado para la cada vez más trastornada madre. Ramsay amaga con ciertas imágenes que dan cuenta de maltrato psicológico por parte de Eva, una mujer a quien el hijo pareciera haberle interrumpido sus planes de vida. La directora, no obstante, acaba por quedarse con cierto enfoque propio del terror, una semilla de maldad cuyo florecimiento se va gestando a lo largo de los años. La trágica ebullición adolescente de ese lado oscuro pareciera seguir un camino lógico trazado desde la infancia, un desenlace esperable al que solo le faltaba conectar ciertos circuitos para detonar.
Entre los muchos aciertos de la película cabe resaltar la creación y el sostenimiento de una atmósfera asfixiante, impulsada por buenos manejos de los tiempos y los silencios, así como apreciables detalles de edición y sonido. Es destacable además la entrega plena de Tilda Swinton a su personaje, con el que ofrece una formidable interpretación que se ve complementada con la buena elección de casting con Ezra Miller, un joven de rostro afilado y mirada sombría al que el rol de Kevin le sienta bien. Con su narración no tradicional, Lynne Ramsay ofrece una de las grandes películas del último año, un retrato detallado, duro y visceral sobre la faceta olvidada de una tragedia.