Duro acercamiento al resentimiento filial
Lo que vemos al comienzo es la fiesta de la Tomatina, en Buñol, Valencia. La gente se tira tomatazos, se enchastra, pega saltos, ahí anda nuestra protagonista medio en éxtasis. Tiempo después la vemos esconderse de otras personas junto a unos envases de tomate. Suena irónico. Pero más la vemos limpiando las manchas de pintura roja en el frente de su puerta. Eso es angustioso. Esas manchas no son el signo dejado ante el ángel para salvar al hijo. Son otra cosa, como las miradas de odio de la gente. No toda, por suerte, pero ella está viviendo un calvario sin fin, sin salvación, sin perdón.
Muchos objetos rojos hay en esta historia. Y miradas de rechazo. Ya se sabe, ella sufre la vergüenza de algo terrible que hizo el hijo. En su cabeza, los recuerdos se suceden sin orden, cuando él era niño, adolescente problemático, bebé llorón, y ella una madre desamorada, soltera tranquila, esposa de un buen tipo medio imbécil, todo en vaivén, hasta desembocar en los recuerdos de una noche espantosa, y seguir para atrás y para adelante, y en su rostro esas preguntas que no dice, ¿qué debía hacer?, ¿cómo no me di cuenta?, ¿cómo debí haberlo encarado?
El pibe fue manejador y dañino desde los primeros años, ella también lo aborreció desde los primeros años. Eran tan parecidos que no se entendían, salvo para lastimarse. Y uno de los dos era más fuerte. Al final, con una sola frase que uno de ellos dice, parece que algo empieza a aflojar. Ya no hay nada rojo en esa escena. Pero ya es tarde.
Buen film, para reflexionar sobre la maternidad, el diálogo, el resentimiento filial, las formas involuntarias e indirectas de filicidio, según hubiera recordado el doctor Arnaldo Rascovsky, o el matricidio figurado del egocéntrico que no perdona, la madre muerta en vida que persiste en sus deberes cotidianos. Tilda Swinton es una máscara intensa. El nene Jasper Newell y sobre todo el chico Ezra Miller son excelentes, con una expresión de maldad tan lograda que dan ganas de cachetearlos. Y la directora y coadaptadora Lynne Ramsay es de un ingenio y una capacidad impresionante. Estuvo hace diez años en Mar del Plata, cuando nadie la conocía pero ya tenía en su haber otras dos historias interesantes de gente retorcida. Esta que vemos ahora es la mejor, aunque también la más efectista y discutible.