La trama y solo la trama
No recuerdo cuando fue la última vez que vi una apertura tan abrupta como la de Tenet. Allí se ve una orquesta preparándose para tocar frente a un auditorio gigantesco y en menos de dos minutos vemos entrar a terroristas rompiendo instrumentos y tirando tiros a mansalva. Poco después hay un operativo, un salvataje de que exploten unas bombas, un secuestro y un intento por parte del secuestrado de tomar una pastilla de cianuro.
Los tiempos urgentes siguen para Nolan y se siente en la necesidad de que este hombre -cuyo nombre nunca conoceremos- despierte de un coma, se le explique una misión y al rato vaya con una científica que le muestre unas balas que salen disparadas hacia atrás y que fueron armadas en el futuro.
Si uno tomara estos primeros minutos podría comprobar fácilmente dos curiosidades de Tenet: la primera es que el protagonista no se inmuta ante nada, no muestra casi asombro frente a cuestiones tan insólitas como cosas yendo en reverso. La segunda es que en ninguna conversación muestra el menor interés por averiguar sobre la vida ajena (salvo que pueda ser funcional al operativo) o contar conflictos propios. Al punto tal es así que durante una hora de película, Tenet parece limitarse a narrar un sistema temporal y una compleja trama de negociaciones y tráfico de objetos. Del resto, nada: ni historias personales, ni coqueteos, ni relaciones de amistad.
Menciono esto porque he leído en varias ocasiones (en críticas, en comentarios en redes) que el problema de Tenet es que resulta terriblemente confusa. Sin embargo, no me parece que ese sea el problema. Cantidad de veces hemos visto películas a las que nos cuesta seguir y esto nunca ha impedido que nos gusten. No hablo de las excentricidades perturbadoras de David Lynch o las pesadillas crípticas que presentan algunas de las mejores películas de Bergman, sino de películas de género que nos cuesta seguir por diseminar una gran cantidad de pistas o poseer demasiados personajes, sin que esto haya impedido que podamos conectar con ellas en otros niveles. Así lo entendió en algún momento Howard Hawks cuando filmó su hermosa y disparatada versión de The Big Sleep de Chandler: un policial confuso, imposible de seguir, y no obstante enormemente disfrutable gracias a la química establecida entre Lauren Bacall y Humphrey Bogart y varios diálogos memorables.
Nolan, en cambio, ha decidido suprimir cualquier relación humana interesante en sus películas. Sus personajes apenas se relacionan, y si lo hacen no llegan ni al cliché de medio pelo. Si “el protagonista” hace un sacrificio, es por una dama. La dama, en tanto, es una mujer que solo quiere reencontrarse con su hijo mientras es sometida por un villano esquemático interpretado por un Kenneth Branagh con acento extranjero. Un hombre que se nos indica que es culto y refinado porque gusta de la vida suntuosa de un millonario y cita a poetas (bueno, a uno: T. S. Elliot, y sus versos más famosos que son por otro lado de los más célebres de toda la literatura del siglo veinte). También un marido tirano que se niega a que otros posean a su ex mujer –sí, en algún momento se pronuncia la frase “si no puedo tenerte nadie te tendrá”- y que –para llenar todos los casilleros del lugar común- tiene el poder secreto de destruir el mundo.
Y si bien todavía pueden funcionar a niveles emocionales esos lugares comunes tan trillados, es casi imposible que suceda cuando Nolan introduce tales conflictos de una manera rutinaria, como si tuviera que ponerlos ahí para darle algún corazón a una película con tanto corazón como una lata. De esta manera, cuando uno de los personajes principales comete un sacrificio final frente a los ojos emocionados del protagonista, es imposible no ver esto como un hecho ridículamente forzado, algo que el director tiene que incluir al menos para aparentar algo de humanidad. Cosa similar pasaba con Dunkerque, el film de Nolan que hacia el final trataba de introducir sin éxito un elemento emocional a un film que funcionaba con el rigor de un mecanismo de relojería y era filmado hasta ese momento con mucha distancia.
No obstante Dunkerque tenía una gran virtud: una imaginación visual a la hora de plantear escenas de acción, sobre todo en su muy lograda primera media hora. En cambio en Tenet las escenas de acción oscilan entre la confusión (la pelea final del protagonista) y el cliché (el protagonista simulando debilidad para terminar golpeando fácilmente a un grupo de secuaces). Hasta los momentos más supuestamente grandilocuentes como el del avión no pasan de una secuencia apenas llamativa y menos ingeniosa, ya no digamos que los picos de la saga Misión: Imposible, sino incluso que el disparate de las mejores películas de Rápidos y furiosos.
Y acá está, justamente lo que más (me) molesta de Tenet. No tanto sus fallas sino su carencia de ambición. Que tras toda su pompa previa, el nombre prestigioso de su director, su presupuesto altísimo, no esconda otro secreto que el de tantos otros estrenos de medio pelo que basan su interés en alguna excentricidad de su trama o alguna vuelta de tuerca barata (que sí, también las hay en Tenet).
Es un cine de argumento porque el argumento es lo único que destaca y lo que destaca, encima, no se entiende. No puedo imaginarme, francamente, un ejemplo de cine más fallido y más perezoso que este.