El dilema entre resistirse o entregarse al imponente absurdo
Tras la aparente utopía que representa su estreno en los cines argentinos (la última fecha fijada por Warner Bros. fue para el próximo 28 de enero), el 11º film del director británico Christopher Nolan por el momento enfurece más de lo que cautiva. Tiempo, caos y majestuosidad visual (aunque no narrativa) forman parte de los pilares de una película ansiada y que, probablemente, no tarde en ser olvidada.
A esta altura poco sentido tiene indagar en los argumentos que idolatran o detractan la filmografía de quien, con muchísimos más aciertos que errores, ha sabido resucitar en el cine la figura de Batman, hace ya más de 15 años. Claro está que, desde dicho suceso a hasta hoy, Nolan ha consagrado una carrera que no ha dejado de exhibir tensiones entre el sello autoral y lo estrictamente comercial. Cabe señalar que, al menos de esta parte, poco de crítica puede haber hacia esta disyuntiva, más aún, teniendo cuenta el impacto de sus más aclamadas obras en los espectadores tanto periódicos como habituales. Sin embargo, aunque el entretenimiento permanece intacto, Tenet es tan caótica como el año pandémico fijado para su estreno mundial.
Con una fusión de géneros que abarcan desde el thriller de espionaje, la ciencia ficción y la opulenta acción a la que el director de Memento acostumbra (más espectacular aún en tiempos de abstinencia de pantalla grande), la película presenta un conjunto de personajes convencionales sobre los cuales se desarrollará la narración: una dupla desinteresada al servicio del bienestar mundial (John David Washington y Robert Pattinson), un villano despojado de humanidad (Kenneth Branagh), símil a cualquier representación de los soviéticos durante la Guerra Fría y una dama en apuros (Elizabeth Debicki) a través de quien, de manera discreta, pasan sin pena ni gloria los forzados conflictos emocionales pensados por el (también) Nolan guionista.
No resultaría objetable que, tras otras películas que podían llegar a resultar complejas desde lo enunciativo (aunque no en su ejecución), el director de Inception haya apostado a una premisa más concreta para su último proyecto: evitar la Tercera Guerra Mundial. Sin embargo, los vicios característicos –y esta vez, potenciados- del británico han convertido a la película en un costoso ejercicio experimental donde, la desesperación porque el espectador entienda lo inexplicable, se intuye de manera abrumadora.
No obstante, muchos se han permitido jugar con una frase de la película, ya anticipada en uno de sus avances: “no intentes comprenderlo, siéntelo”. Resulta imposible saber si estamos ante una mera casualidad o un grito desesperado del director con el público. En este último caso, festejo la advertencia. Especialmente, para los incomprendidos de sus falencias y que, gracias a esa falta de exigencia, pueden permitirse disfrutar (y mucho) lo que casi toda la filmografía filmografía de Nolan anhela y Tenet cumple sin inconvenientes: entretenimiento puro y algo más.
*Review de Ignacio Rapari.