Confesiones familiares
En un pueblo de Lecce se reúne la familia numerosa: tres hijos, los padres, la tía, la abuela. El severo tutor confía en sus dos vástagos varones para heredar la fábrica pastera pero uno de ellos, recién llegado de Roma, se dispone a confesar su homosexualidad. A partir de ese momento, las situaciones abordarán tópicos genéricos (comedia, drama), algunos personajes rememorarán un pasado conflictivo, uno de los hijos será expulsado del retoño familiar, otro seguirá ocultando sus inclinaciones sexuales, la madre seguirá sometida al mandato de su esposo, el padre sufrirá un infarto.
En efecto, Ferzan Ozpetek, director turco pero residente en Italia desde su adolescencia, apuesta a resucitar la commedia all’italiana, aquella manera de ver al mundo a través del cine que tuviera su apogeo en los ’50 y ’60, donde la tragedia convivía pacíficamente con el grotesco, los personajes miserables y patéticos y un determinado contexto social que conformaban un corpus temático y formal, por momentos, imbatible. Pasaron años de aquellas películas y Oztepek, heredero fortuito de la tradición, demuele con elegancia las máscaras de un grupo de clase media con poder económico, donde los disfraces sólo sirven para ocultar los mandatos heredados por las tradiciones.
Así, en los primeros minutos de Tengo algo que decirles, la película funciona a plenitud: acertada descripción de ambientes y personajes, diálogos funcionales, uso del paisaje sureño que omite la cuestión turística. Sin embargo, a medida que la historia avanza desde su estructura coral, el film pierde interés, resolviendo algunas escenas con una mirada políticamente correcta, desmañada, vacía, carente de intensidad.
El desbarranco narrativo se producirá con la visita a la casa familiar de la pareja y los amigos gays de uno de los hijos, momentos donde Oztepek (como ya hiciera en El baño turco y El hada ignorante) confunde militancia con corrección política y compromiso con levedad argumental, olvidando definitivamente su aproximación inicial a la commedia all’italiana. En ese punto, la película cae en el trazo grueso, en el clisé más ramplón, en la comedia dramática chiquitita que busca el consenso a los gritos. <