Qué importa el bla bla bla
Con su experiencia Ozpetek se toma su tiempo para desenredar vericuetos vodevilescos que afectan a la familia reflejando los problemas que aquejan a todos más allá de las elecciones sexuales.
El director italo-turco Ferzan Ozpetek ha desarrollado en su filmografía el coming out de sus protagonistas y aquellas situaciones que devienen de esa toma de decisión. Películas como El baño turco, El hada ignorante, La ventana de enfrente lo convirtieron en una especie de adalid de la homosexualidad pero más en un fino observador de esos detalles íntimos y sentimentales que moldean los dramas sin recurrir a los golpes bajos ni erigir panfletos. Siempre recostado en la construcción de personajes cercanos y conflictuados que bien consiguen generar empatía con los espectadores y su sensibilidad. Acercarlos en la comprensión más que alejarlos en los prejuicios. Tengo algo que decirles no es la excepción, apenas la diferencia radica en la apuesta por ciertos toques de humor más tomados en cuenta a la hora de mostrar a esta familia presa de sus secretos y silencios.
Los Cantone son dueños de una empresa de pastas en Lecce (el sur de Italia). Familia tradicional y conservadora conformada por Vincenzo el pater familiae y está todo dicho, Stefania la madre burguesa y negadora, Luciana la tía histérica y solterona, Antonio el hijo mayor siempre correcto, Elena la hija relegada por ser mujer y siempre detrás de su marido y sus hijas y la abuela que arrastra el pasado de un amor imposible. Cuando Tommaso regrese de Roma con toda la intención de develar sus verdaderos intereses (no estudia economía sino Letras y ansía publicar su primera novela) y sus deseos (homo)sexuales, alguien se le adelantará en la cena y todo quedará patas arriba en esta familia donde, quien más, quien menos, todos son un poco balas perdidas.
Esos días de convivencia le servirán para comprender algo más sobre las relaciones paterno filiales y descubrir cuántos mandatos nos dominan y cómo en virtud de no lastimar al otro nos lastimamos más nosotros y nada podemos hacer para satisfacer los deseos de los demás. Tommaso se constituye en una especie de narrador menos por su voz narradora (que no es tal) que por esa inquietud literaria que lo forja y por ese final en el que los personajes comulgan a puro sentimiento en un baile (del que no podemos olvidar su funcionalidad cinematográfica como sublimación erótica).
Ozpetek se toma su tiempo para desenredar estos vericuetos vodevilescos que afectan a toda la familia utilizando los clisés de la italianidad con sus gritos, sus catástrofes, sus telenovelones. sus afectados humores y sus hipocresías de clase alta y provinciana, pero los desarma en caracterizaciones que son profundamente humanas y tridimensionales consiguiendo emoción y empatía.
Quizá tantos personajes (hay que agregar a Alba, la heredera del otro grupo familiar en fusión, con claras marcas que la vuelven otra distinta, y a Marco, el novio de Tomasso, y el grupo de amigos que se aparecen de improviso en la mansión y desencadenan un sinfín de enredos cómicos) estiren por demás la trama, dilatando el secreto del protagonista y el momento de anunciarlo, pero aportan su cuota de interés y reflejan los problemas que aquejan a todos más allá de las elecciones sexuales.
Un elenco de afiatadas actuaciones y una banda sonora encantadora son aportes que sumados a una puesta en escena clásica hacen de Tengo algo que decirles un lúcido entretenimiento que acerca con una bienvenida ligereza y una liviandad que no se torna superficialidad, profundos conflictos humanos que no lo son menos por exponerlos desde la comedia.
Si bien cierta manifestación sobre la diferencia puede resultar remanida y antigua, la vida cotidiana demuestra que más allá de los avances conseguidos y los buenos deseos las opciones fuera de la norma aún soportan castigos, miradas inquisidoras, dedos acusatorios y comentarios por lo bajo y nunca está de más volver a revisar viejos esquemas. Los primeros planos de los ojos de Tomassso viendo al grupo en la playa o de Alba viendo a los jóvenes despedirse o el mismo relato de espaldas del protagonista en el que da cuenta de cómo a veces lo deja avanzar a Marco entre la multitud para comprender la diferencia que resulta de estar juntos, es un sentimiento que trasciende cualquier objeto de deseo para convertirse en simplemente (¡cómo si fuera simple!) una relación de amor. Y no hay nada que debería importar más.