La verdad oculta
Ferzan Ozpetek es un verdadero luchador por la causa gay. Su cine está dedicado al tema de la visibilidad u ocultamiento de los homosexuales, su vínculo con la familia y las relaciones familiares en general. Tanto El baño turco como El hada ignorante y La ventana de enfrente abordaban de un modo u otro esta temática, siempre con gracia y simpatía por sus personajes.
Tengo algo que decirles insiste en la problemática del coming out, o la revelación de un gay, en este caso un joven de familia burguesa adinerada, que en la visita anual a su pueblo decide blanquear en la cena con sus seres queridos su condición homosexual, decirles la verdad y su deseo de devenir escritor en Roma. Hechos inesperados impiden esa confesión, y el muchacho debe permanecer en el seno familiar y ocupar un indeseado lugar al frente de la próspera fábrica de pastas del padre.
Nacido en Turquía, Ozpetek ha desarrollado casi toda su cinematografía en Italia como un continuador de lo mejor de la tradición de la comedia italiana. Como en el cine de Monicelli, Risi o Scola, combina el melodrama con la comedia para trazar un cuadro costumbrista con sabios toques de humor y mucho de melancolía. Más allá de la temática gay, Ozpetek presenta una vez más un retrato amable de una familia italiana y sus vínculos de parentesco, donde el tema de los deseos personales -no siempre aceptados- tienen una importancia radical y en la que cada uno tiene algo que ocultar. Y como en aquel viejo cine italiano, la cámara saca el mejor provecho de su ambiente, las calles de la ciudad de Lecce, al sur de la península.
En este film coral, además de Tommaso, el protagonista, un personaje complejo bien interpretado por Riccardo Scamarcio, hay una serie de secundarios muy valiosos, como la sabia abuela (Ilaria Occhini), cuya historia tiene tanto peso como la de Tommaso, y la tía soltera, una compleja mujer que compone Elena Sofia Ricci. Ellas, como el protagonista, son las mine vaganti del título, personas que no se ajustan a los requerimientos de esa sociedad patriarcal, clánica, hipócrita y represora, que quieren hacer la suya y que resultan inclasificables.
El mensaje del film deviene obvio por lo repetido: uno debe hacer sus propias elecciones y cumplir su deseo como único medio para ser feliz. Otros personajes, en cambio, están tan subrayados que llegan a la caricatura, como el estereotipo del padre reaccionario y homofóbico, o los amigos gays que llegan de visita por sorpresa. En este punto, el film cambia de tono, deriva hacia la farsa y decae peligrosamente. Y, como en El hada ignorante, Ozpetek no se priva de jugar con la posibilidad de que el gay tenga sus fantasías sexuales con una chica.
En suma, una película bien narrada, con una mirada que pretende ser amplia, moderna y políticamente correcta, pero que -tal vez sin querer- encierra algunas prevenciones.