Una tragicomedia a la italiana
En el mapa de Italia, en el taco de la bota, está Lecce. En esa ciudad del sur, el director turco radicado en la península, Ferzan Ozpetek, ambientó Tengo algo que decirles (2009). Con buena dosis de costumbrismo contado con ironía contemporánea, plantea la hecatombe familiar que llega de la mano de los dos hijos, herederos naturales de la fábrica de pastas de los Cantone. Ozpetek logra una comedia con carga grotesca en la que los rasgos a la Campanelli se reescriben con el tema de la condición sexual.
Tommaso es el hijo que estudia en Roma y vuelve a casa a sincerar su situación. No cuenta con la reacción de su hermano Antonio, mano derecha del padre en la fábrica. Ozpetek narra la vida cotidiana de la ciudad chica donde el más próspero es despellejado cuando la noticia corre. El director se vale de breves historias paralelas, entre la que se destaca la de la nonna (Ilaria Occhini), para armar la estrategia de la liberación de los hombres cansados de fingir. Los personajes hacen añicos el mandato social, tema recurrente y siempre bien contado por el director de El baño turco (1997) y La ventana de enfrente (2003), dos de sus títulos en los que la homosexualidad se tematiza, con estéticas diferentes a las de Tengo algo que decirles.
En el bellísimo corazón de la ciudad, los personajes femeninos sobreviven a sus deseos. Particularmente intensa es la actuación de Nicole Grimaudo en el rol de Alba Brunetti. Se luce Ennio Fantastichini, como Vincenzo, con ataques de risa que esconden la vergüenza, así como en las escenas con la familia en la mesa. Ozpetek también pone humor en la visita de los amigos de Tommaso que llegan de Roma, y acompaña el tono general con una banda musical que mete ritmo. El director utiliza los estereotipos para decir otra cosa y hablar del amor como encuentro. Los temas musicales funcionan como bisagras y la cámara envuelve a la familia bajo la admonición tan italiana, tan del sur: “los amores imposibles no se terminan más”.