Mejor me callo la boca
El turco Ferzan Ozpetek retrata una familia italiana dedicada a la fabricación de pasta, con secretos mejor o peor guardados.
Una novia, con su vestido blanco movido por el viento, camina por el campo italiano. Va sola. Llega donde hay un muchacho, le apunta con un revólver y luego se dirige el arma hacia su propio pecho. La cámara se aleja, toma la vivienda desde lejos y se escucha un disparo.
No se trata de un thriller. No. Ferzan Ozpetek ofrece esta suerte de preámbulo para luego saltar en el tiempo y ofrecer una commedia all’italiana de mejores épocas, con los toques de modernismo que imperan en el presente. Pero lejos de Scola o Risi, ya que Tengo algo que decirles jamás promueve la carcajada, ni la simple ni la hiriente. No hay una mirada crítica sino contemplativa.
La trama se desarrolla en el seno de una típica familia, en el caso una que tiene una fábrica de pastas en Lecce. Sentados a la mesa, claro, son más de una decena. Tommaso llega desde Roma, donde en vez de estudiar Económicas se abocó a la Literatura, y piensa aprovechar esa reunión anual en casa de sus padres para revelar no sólo eso, y que piensa dedicarse a la escritura, sino también que es gay. Su hermano mayor, Antonio, que trabaja en la empresa, le pide que no lo haga. Y cuando llega el momento del anuncio, le gana de mano. Sí: Antonio revela que es homosexual, y el padre literalmente se desmaya luego de echarlo, y termina en el hospital.
Cada espectador podrá engancharse con algunos de los dos temas troncales. Uno, claramente, es el de la aceptación de la homosexualidad y cómo lo viven ambos hermanos. El otro es la relación padre-hijo, cuando aquél no sólo no ve reflejado en éste sus expectativas, sino que se siente defraudado.
El turco Ozpetek, afincado en Italia desde sus 17 años, extrañamente prefiere volcar ambos asuntos en clave humorística, cuando tanto el tema de las relaciones familiares como el de la homosexualidad los había tocado en Hammam, el baño turco y La ventana de enfrente , dos de sus tres películas estrenadas hasta aquí en nuestro país. Así, su filme no deja de ser un pasatiempo algo extendido (111 minutos) en el que todo parece pasar por si Tommaso le dice la verdad a su padre o si ese hombre de Neanderthal que es Vincenzo alguna vez reflexionará.
“Si uno hace siempre lo que le piden los demás, no vale la pena vivir”, dice la abuela a uno de sus nietos. No vamos a revelar por qué la nona lo dice, pero entre los secretos mejor o peor guardados de una familia con muchos integrantes –que el filme se empecina en caracterizar de un plumazo-, habrá que seguir con atención a la abuela (Ilaria Occhini).
También, a Riccardo Scamarcio –empezó a rodar Bop Decameron , esta semana con Woody Allen-, y no sólo porque es del que está más tiempo en pantalla. Los suyos son personajes que no se ajustan a una sociedad rígida, y tal vez en ellos Ozpetek haya querido concentrar su punto de vista. Pero es evidente que, aquí, lo manifiesto le quita lo valiente.
Comedia a la italiana, pasatista, que no ahonda en los temas que aborda, la aceptación de la homosexualidad y la relación padre-hijo.