La peor juventud
En España casi doscientas sesenta mil personas acudieron al estreno de Tengo ganas de ti, un auténtico récord de asistencia que se vio confirmado con una recaudación total de doce millones de euros y casi dos millones de espectadores tras sus semanas de exhibición.
Por otra parte, durante todo ese espacio de tiempo la crítica cinematográfica española no tuvo piedad y se ensañó considerablemente con lo que la mayoría consideró la típica película comercial dirigida a adolescentes descerebrados. Y esto que aquí exponemos ocurre una y otra vez en un país que ya se ha acostumbrado a que los proyectos nacionales más taquilleros sean aquellos en los que la calidad cinematográfica brilla por su ausencia.
Ahí tenemos por ejemplo la saga de Torrente, un auténtico bombazo que arrastró al cine hasta al menos entusiasta o la primera parte del film que nos ocupa, que se tituló Tres Metros sobre el Cielo y que por supuesto también triunfó y de qué manera.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué otras propuestas más radicales y que invitan a la reflexión no pueden hacer sombra a las que ni se llegan a plantear que el público puede llegar a pensar? Yo no he encontrado una respuesta fiable, aunque desde que el cine es cine esto ha ocurrido así, controlados por el imperio de Hollywood y sus productos manufacturados que aletargan las neuronas a base de efectos especiales y diálogos bobos.
Pero lo cierto es que esta situación se sigue dando continuamente, y en el caso de Tengo ganas de ti, no hallamos la excepción. Basada en el best seller del escritor italiano Federico Moccia, quien había trabajado con anterioridad como director y guionista de varios programas de televisión hasta conseguir éxito en el mundo literario, la trama vuelve a girar en torno al personaje de Hache, quien no consigue olvidar a su antigua novia, de nombre Babi, después de que ésta lo abandonara, aunque con el tiempo empieza a intimar con Gin (lo de los nombres del trío protagonista es portentoso), una chica de espíritu descarado, efervescente y vital, quien le hace creer que es posible recuperar la magia perdida. A partir de esta premisa, asistimos a un auténtico repertorio de clichés y estereotipos que se van repitiendo como una comida copiosa a lo largo y ancho de sus dos horas de metraje. ¿Dónde radica entonces la gracia del asunto? Pues, sin duda, en el que es la estrella de la función: el atlético y popular Mario Casas, todo un fenómeno de masas que es capaz de conseguir (y no es broma) auténticos desmayos entre sus numerosas fans en sus contadas apariciones públicas. Si hoy en día existe un intérprete que es auténtica miel para el box office hispano ese es el protagonista de películas como Mentiras y Gordas; Fuga de Cerebros o Grupo 7 (si no estoy equivocado, ninguna de estas “joyas” cinematográficas se ha llegado a estrenar en Argentina).
Los Festivales de cine nacionales se lo rifan, y no es extraño encontrar multitud de fieles seguidoras pasando noches en vela esperando a que su ídolo se digne a asomarse al balcón del hotel donde se hospeda durante la celebración de estos certámenes. ¿Y hablamos de un buen actor? Pues más bien de todo lo contrario. Muchos de los jóvenes talentos que someten a las plateas españolas se han forjado en muchas series de televisión de muy baja calidad, al contrario que sus predecesores, quienes se formaron mayoritariamente en el teatro. Esto supone que a la hora de actuar mientras a los segundos se les entiende a la perfección y su dicción es clara y diáfana a los primeros no hay manera de que se les comprenda ni sepamos qué están diciendo. En más de una ocasión se han escudado en problemas de sonido o en la precariedad de los guiones, pero lo único cierto es que deberían cambiar algunas de sus clases en el gimnasio (todos ellos suelen lucir unos bíceps envidiables y unos cuerpazos de mareo) por otras de expresión y pronunciación. Del resto del elenco actoral que participa en esta mezcla sin fuerza de Rebelde sin Causa y Fiebre de Sábado por la Noche tan sólo destacar la presencia de actores de reconocido prestigio como los catalanes Carme Elías, Joan Crosas y Jordi Bosch quienes no tienen ninguna oportunidad de demostrar lo buen intérpretes que son, ya que todo el desarrollo de la trama se concentra en las desventuras sentimentales de un puñado de críos malcriados que dedican su tiempo a correr en moto sin protección; irse de fiesta; drogarse, emborracharse y hacer el amor con el primero o primera que pillan en el camino, eso sí, todo acompañado de las canciones del momento y con un guión que hace aguas desde los títulos de crédito y mientras tanto películas argentinas tan increíbles como El Estudiante, de Santiago Mitre, donde se tratan problemas reales de la juventud y donde se trata al espectador con respeto, no encuentran un hueco en la distribución española.
Muestra de diálogo mínimo para que el lector pueda hacerse una idea de lo que se va a encontrar: “¿Qué tal?”; “Aquí”. “¿Y qué haces?”; “Cuidado con lo que buscas porque podrías encontrarlo”. En definitiva, un descafeinado y pretencioso trabajo tan sentimentaloide como vacío de contenidos. Sólo recomendable para los que gustan ver jóvenes cuerpos esculturales y escenas tópicas y absurdas de estar por casa. Bastante tiene ya la juventud de hoy en día, tan escasa de valores como está, para que encima les ofrezcan en pantalla grande comportamientos tan reprochables como los que se reflejan en la película.