Si no hablamos
Tengo miedo torero (2020) es la transposición cinematográfica de la única novela escrita por el escritor, artista visual y pionero del movimiento queer en Latinoamérica, Pedro Lemebel, quien sacudió a la conservadora sociedad de Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet a finales de la década del 80.
Con dirección de Rodrigo Sepúlveda (2012) y la actuación de Alfredo Castro, la historia se centra en la relación que mantienen una travesti y un guerrillero mexicano miembro de la resistencia chilena. Tengo miedo torero es una adaptación de la obra original pero no sigue de manera fiel los acontecimientos que en ella se narraban. Sepúlveda junto al coguionista Juan Tovar tomaron la novela, se la apropiaron, e hicieron un recorte de la misma. Tengo miedo torero, escrita en 2001 y reeditada por Tusquets en 2019, se ubica en 1986 en Santiago de Chile. Carlos, un joven del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que va a participar del fallido atentado a Pinochet, vive una relación sentimental con una travesti: “La loca del frente”. Por otro lado Pinochet lidia en la intimidad con sus fantasmas y con Lucía, su mujer, obsesionada con los últimos modelos de la diseñadora Nina Ricci. La película deja de lado esta historia para centrarse en la primera.
Lo político en su sentido más amplio es el eje sobre el que gira Tengo miedo torero. Alfredo Castro interpreta a “La loca del frente”, una vieja travesti, habitante de una casona destruida en un barrio popular, bastante alejado del centro, que cose y borda para la “gente importante”. A su modo, busca divertirse en medio de la violencia política que brota en las calles. Se evade de una realidad que según sus propias palabras le da miedo. No la desconoce pero tampoco asume un compromiso. Por un motivo que de casual no tiene nada se topa con Carlos (Leonardo Ortizgris), un apuesto joven mexicano. Las palabras avanzan al mismo tiempo que el coqueteo y pronto ella le ofrece su casa para guardar “unos libros de arte” que corren peligro. Claro que los libros no son libros y que en cuestión de horas la casa de “La loca” se vuelve en un centro de operaciones clandestino desde donde se planifica el atentado a Pinochet. Aunque todo esto sucede fuera del campo visual del espectador, el director se encarga, a través de ciertas dosis concisas y muy claras de información, de que si existía duda alguna de lo que se estaba tramando, está se disipe.
Lo central en Tengo miedo torero es la deconstrucción política y social de un personaje ajeno a la realidad que se ubica en una zona de confort que le queda cómoda. Sepúlveda, dotado de una gran sensibilidad y conocimiento de los hechos, apela al melodrama opresivo, con influencias del cine del alemán Rainer Werner Fassbinder, para contar una historia que le escapa a la cursilería kitsch pero donde la canción romática no está ausente. Desde Paloma San Basilio a Chavela Vargas pasando por Elis Regina, Lola Flores y hasta Pedro Aznar, autor de la música incidental e intérprete junto a Manuel García del maravilloso tema de títulos finales, Si no hablamos, componen un soundtrack melancólico con sesgos almodovarianos. El punto más débil del film es un guion que por momentos avanza demasiado rápido y por otros se vuelve demasiado banal frente a la profundidad con la que busca reconstruir ciertos hechos históricos, pero que gracias a la gran actuación de Alfredo Castro se logra pasar por alto.