En 2001 Pedro Lemebel publicó la que sería su única novela, en la que narró una historia de amor imposible en tiempos del fallido atentado contra Augusto Pinochet ocurrido el 7 de septiembre de 1986. El director y coguionista Rodrigo Sepúlveda se propuso el complejo desafío de filmar una película basada en esa obra de ficción del mítico y reverenciado escritor y activista chileno -considerado el mejor y más provocador cronista de la marginalidad y de las problemáticas de la comunidad homosexual- y, con muchos más aciertos que carencias, consiguió una transposición muy valiosa. Más allá de la rigurosa puesta en escena o de los aportes de los talentosos Sergio Armstrong en la fotografía y Pedro Aznar en la música (los diversos temas del soundtrack también son notables), buena parte del triunfo artístico de Tengo miedo, torero se debe al extraordinario trabajo de Alfredo Castro (algo así como el Ricardo Darín chileno), quien construye con el personaje de La Loca del Frente, una veterana travesti de clase baja que ocupa un decadente conventillo y sobrevive prostituyéndose, una de las mejores actuaciones de su ya distinguida carrera. La variedad de matices y recursos expresivos para exponer las distintas facetas de la protagonista (querible y vulnerable, avasallante y dependiente, luchadora e incomprendida a la vez) hacen que el deslumbrante trabajo de Castro opaque al resto del elenco, empezando por el Carlos del inexpresivo Leonardo Ortizgris, un guerrillero mexicano que se convertirá en su objeto del deseo y su obsesión, y una aquí desaprovechada Julieta Zylberberg, cuyas inclusiones solo parecen servir para justificar la coproducción con México y la Argentina. Epica romántica en tiempos oscuros, Tengo miedo, torero (que tiene algo del espíritu almodovariano) aborda la clandestinidad y la represión desde una doble perspectiva: la política y la sexual. La represión (como la sangrienta razzia a un club nocturno con drag queens que se narra en la escena inicial) se manifestaba desde el poder no solo contra los opositores a la dictadura sino también contra esas minorías “incómodas”, esas disidencias que desafiaban los cánones y los estándares más tradicionales.
Tengo Miedo Torero de Rodrigo Sepúlveda. Crítica Un amor platónico en una Chile convulsionada. Bruno Calabrese Hace 2 semanas 0 23 El jueves 15 y el sábado 17 de octubre con acceso libre por CineAr TV y a partir del viernes de manera gratuita en la plataforma streaming CineAr Play, se estrena la película chilena protagonizada por Alfredo Castro. Por Bruno Calabrese. La Loca del Frente (Alfredo Castro), es una vieja travesti que se dedica a bordar manteles para esposas de militares y vive en una empobrecida casa de Santiago. Una noche debe escapar de un club nocturno allanado por Carabineros de Chile en pleno show, asesinando a algunas de sus asistentes travestis ahí presente. En plena fuga conoce al joven Carlos (Leonardo Ortizgris), un guerrillero mexicano del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, quien la protegerá de la vista de las fuerzas de seguridad. Con el pasar de los días, la relación entre ambos empieza a cambiar de un encuentro fortuito, a ser amigos cercanos, pero con La Loca coqueteándole cada vez que puede. Con tal de seguir viendo a su “príncipe”, empieza a cumplirle favores que terminarán vinculándola con la planificación del Frente Patriótico para asesinar a Pinochet. Ambientada en 1986, a solo un año de terremoto de Santiago de 1985, el film no solo cuenta el despertar político, también se transforma en un grito de dolor para nada simplista de una persona trans en un ambiente peligroso. Por que La Loca es consciente de la política, pero no está involucrada, aunque tiene claro que no importa si son los fascistas o los comunistas a cargo, ella siempre será considerada escoria. Su naturaleza sin complejos y su conciencia de dónde encaja en la sociedad se transmiten con tanta delicadeza que cuando realiza un acto de resistencia, su valentía es tan potente como natural.. Apoyado en el lucimiento personal y la versatilidad de Alfredo Castro interpretando a La Loca de Enfrente, recorre una historia de amor platónico en medio de la resistencia, Pero también es un reflejo de la soledad, que no solo acompaña a la protagonista también a Carlos, quien encuentraa en un refugio de contención ante tanto desarraigo. Pero que también acompaña al joven, que encuentra en ella una especie de fuga en medio de tanto conflicto social y político. La música y la puesta en escena hace el resto, desde Lola Flores pasando por Diego El CIgala, terminando con Pedro Aznar, la excelsa banda sonora se conjuga con imágenes en sintonía con la vida interior y exterior. Basada en la innovadora novela del ícono queer Pedro Lemebel, el film no es uno más de la mayoría de los dramas internacionales con temática gay. Con tintes de surrealismo italiano, Tengo Miedo Torero es un melancólico relato sobre la discriminación y el desarraigo. Una experiencia fascinante sobre dos seres en la búsqueda de un refugio de paz en medio de una Chile, víctima de un opresivo clima político y social. Puntaje: 90/100
La transfobia por izquierda o derecha siempre acecha. “Tengo miedo torero”. Crítica El cineasta Rodrigo Sepúlveda registra la homofobia dentro de círculos políticos y sociales. La película chilena “Tengo miedo torero”, realizada por el director Rodrigo Sepúlveda, retoma el melodrama y la melancolía como insignia de un filme que promete romance en períodos de dictadura. El film se estrena este jueves 15 a las 22 horas por Cine.ar TV. Por. Florencia Fico. Tengo Miedo Torero”: El éxito de ventas de la adaptación a la novela de Lemebel - Duna 89.7 | Duna 89.7 El argumento de la película chilena “Tengo miedo torero” se desarrolla en la etapa de dictadura de Pinochet. Donde un vínculo fogoso se da entre una trans y un guerrillero mientras se propician asesinatos y el cobijo de los boleros. La dirección de Rodrigo Sepúlveda transita otra vez por el drama aunque en este filme suma debate político y social además condimenta con melodías muy atrayentes la cinta. No te pierdas el tráiler oficial de "Tengo miedo torero" El guion de Rodrigo Sepúlveda y Juan Elías Tovar adapta la novela “Tengo miedo torero” del autor Pedro Lemebel. En su versión del texto se usan muchas alusiones a cómo eran las condiciones de vida que llevaba la comunidad trans en épocas de dictadura. Ya que eran torturados, asesinados y estigmatizados, a su vez, la precariedad y clandestinidad en la que sobrevivían. También se hacen referencias del contexto histórico en pleno transcurso del Golpe de Estado en 1973. Las madres de los desaparecidos quienes se preguntan: “¿Dónde están?”, con carteles en rondas. Lanzaron el tráiler de “Tengo miedo torero”, la película basada en la novela del escritor chileno Pedro Lemebel - Infobae Asimismo, las protestas contra régimen del militar y dictador Augusto Pinochet eran una alegoría al clima en el que se vivía donde la censura y la represión estaban a la orden del día pero la voz del pueblo se alzaba con pancartas que narraban los horrores del terrorismo de Estado es un ejemplo: “Asesinos del país“. Se menciona el Atentado contra Augusto Pinochet por el cual se instala el Estado de sitio por ello muchos op
Transponer la literatura al cine siempre supone un riesgo del que se puede salir ileso o bien, en deuda. La adaptación de la única novela de Pedro Lemebel que hace el director Rodrigo Sepúlveda opta por desmalezar una parte importante del contexto político (sobre todo a dos personajes fundamentales: Augusto Pinochet y su esposa Lucía Hiriart) para concentrar por completo su atención en ese amor imposible y siempre a punto de quebrarse que siente La Loca -una trans de edad madura- hacia Carlos -un joven guerrillero perteneciente al Frente Patriótico Manuel Rodríguez-. Pero si bien, la Dictadura es más un fuera de campo que centellea en forma de ruido de sirenas, helicópteros que sobrevuelan el cielo o potenciales llamados telefónicos, los pocos intentos por materializar la inquietante situación política resulta más un injerto. Si desde el vamos Tengo miedo torero dispone toda su fuerza en el romance homoerótico, sus intenciones por retratar el estado anímico sociopolítico nunca consiguen traspasar la superficialidad. Las protestas donde la gente canta por la unidad pueblo bien podrían estar como no. Sirven sí, para resaltar a la La Loca como la marginada que es y a la que ningún proyecto político, ni antes, ni después, supo incluir en sus reclamos. Aunque ese disgusto, que la lleva a hacer oídos sordos a lo que pasa su alrededor, queda resumido con más rabia en la frase icónica de la protagonista (“si algún día hacen una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila”). Que La Loca arremolina todas las miradas, no quedan dudas. Toda la puesta en escena está en función de que eso suceda. La ciudad de Santiago -artificiosa, irreconocible, reducida prácticamente a la cuadra de la barriada donde vive y a la vereda donde alguna que otra noche para con el objetivo de hacerse un dinero extra como prostituta- adquiere la forma de un gran escenario construido a imagen y semejanza del sentimentalismo de su personaje. El espacio pareciera gritar que éste es su show y ni el contexto político ni nadie será capaz de interrumpirlo. Pero si su show hierve de vida es porque el “afuera” (ese afuera que hasta entonces era ignorado con fiestas clandestinas en algún sucucho con las otras “locas” o subiéndole el volumen a la voz tormentosa de Chavela Vargas) ahora está adentro, bien adentro, no solo de su habitación, sino también de su pecho. Por más que no lo quiera ver, al abrir las puertas de su corazón está dejando ingresar la política a su esfera cotidiana y el peligro que eso implica. Mientras tanto, de Carlos no sabemos nada. Ni si ese es su verdadero nombre, ni si esa es realmente su fecha de cumpleaños. No sabemos tampoco si en verdad la ama o si la usa nomás para concretar el operativo contra Pinochet. Y no es que importe mucho lo que hay detrás de él, si en definitiva, la película juega a ese barroquismo de máscaras y secretos, de ambigüedades y camuflajes; al fin y al cabo, estrategias de supervivencia que exige la circunstancia histórica. Pero al lado de la interpretación alevosa que entrega Alfredo Castro, capaz de hacer carne el martirio propio como de sacudir las escenas con la astucia cínica de quien vivió lo peor, Leonardo Ortizgris es un rostro sin relieve, un guerrillero sin alma, la mitad inexpresiva de un romance del que nunca (ni siquiera en ese final frente al mar violáceo donde el melodrama pide a gritos algo más que puro silencio para dar cuenta del desgarro de ese amor no correspondido) parece estar realmente participando. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Toda adaptación de una obra literaria consagrada o con estatus de culto está condenada a la polémica y particularmente al escarnio de quienes no están dispuestos a dejar pasar que un realizador cinematográfico se tome libertades que a sus ojos siempre serán demasiadas. El caso de Tengo miedo torero, la esperada transposición de la novela del gran autor chileno Pedro Lemebel (su única novela en una obra literaria más consagrada a la crónica) no es la excepción. La considerable expectativa que el film generó se vio consagrada en un preestreno vía streaming en Chile con unos muy buenos números (55 mil conexiones en ese fin de semana, con 200.000 espectadores estimados) y también con la esperable catarata de críticas despechadas. Es cierto que si bien algunas de ellas pueden parecer caprichosas otras tienen más peso, pero eso no priva al film de Rodrigo Sepúlveda Urzúa de ser un melodrama atractivo, potente y hasta fiel a su modo al original. Ambientado en 1986, el año del atentado contra el dictador Augusto Pinochet por parte del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) brazo armado y obviamente clandestino del Partido Comunista chileno, el film sigue la relación entre La Loca de Enfrente, una travesti ya envejecida de clase baja, y Carlos, miembro de la resistencia armada contra la dictadura militar que para entonces ya llevaba 13 años en el poder. La primera de las objeciones a la adaptación, o una de las más notables porque es la que marca una distinción mayor con el texto, es la ausencia de los pasajes protagonizados por Pinochet y su esposa Lucia Hiriart, que en la novela ofrece, con unos diálogos y monólogos desopilantes en su siniestra banalidad, una línea paralela a la de la pareja protagónica, que se complementa perfectamente con esta y donde en algunos puntos ambas líneas se cruzan. Al rigor de las exigencias de síntesis en la adaptación y de concentrarse en la trama principal, toda esta parte fue dejada de lado. Quien haya leído la novela extrañará estos pasajes pero quien no lo haya hecho o esté dispuesto a reconocer al film como lo que también es, una obra autónoma, no siente tanto su ausencia o en todo caso no siente que esta haga mella o represente una falta en un relato que se desarrolla bien en sus propios términos. La otra objeción es más atendible y tiene que ver con el cambio de las nacionalidades de algunos personajes, sobre todo cuando este cambio está dado no por motivos artísticos o narrativos sino por las necesidades propias de la coproducción. Por eso el joven Carlos de la novela, estudiante chileno y miembro del FPMR. es aquí un mexicano de más edad que nunca se explica qué hace allí como miembro de una organización armada que por otro lado solo se nombra cuando las noticias dan cuenta del atentado. Y si bien el mexicano Leonardo Ortizgris está bien en su rol y le imprime humanidad, calor y hasta cierta inocencia al personaje de Carlos tras la máscara rígida pero frágil de la dedicación exclusiva a la causa, y la argentina Julieta Zylberberg está correcta aunque su papel sea breve, igual no deja de hacer ruido que los dos miembros de la organización que tienen un rol importante sean un mexicano y una argentina. En aquello que el film es sí más fiel a la novela y su mayor logro es en el retrato de la relación de La Loca y Carlos. Originada por cierta conveniencia pero que deriva en una relación más legítima, un respeto y verdadera amistad por parte de Carlos y un amor apasionado por parte de La Loca. Este amor incondicional que la lleva a una completa entrega porque si bien hay una transformación de su parte y una toma de conciencia, es claro que se juega y se arriesga por amor, un amor no exento de nobleza en su resignación ya que sabe que a pesar de todo lo que haga ese amor tal como lo desea no es posible. El guión de Sepúlveda y Juan Tovar es a la vez la adaptación de un guión del propio Lemebel. El proyecto data de varios años y Lemebel, quien estuvo involucrado en el mismo desde el principio y no pudo verlo culminado ya que falleció en 2015, tenía claro y así lo explícito que La Loca debía ser interpretada por Alfredo Castro, uno de los actores fundamentales y con más presencia en el cine chileno reciente y que en el cine argentino participó de La cordillera (2017) y Rojo (2018). Podemos afirmar que Lemebel no se equivocaba, lo que hace Castro aquí es extraordinario, dándole a su personaje una ambigüedad y una complejidad notable moviéndose con naturalidad entre el miedo y el valor, el ridículo y el orgullo, la resignación y el deseo. Sobre todo haciendo a una Loca querible y hasta admirable, con una dignidad y una nobleza que se sobrepone a la pobreza, a la decadencia física, a las humillaciones cotidianas o al amor no correspondido. El otro acierto de la adaptación, y que va en consonancia con el espíritu de la novela, es el retrato de la cotidianeidad mediocre y gris de la dictadura (que puede verse en otros films chilenos de los últimos años como Tony Manero, de 2008, protagonizada también por Castro), concentrada más en las bajezas y la represión que era moneda corriente antes que lo que sucede en las grandes esferas de lo cual nos enteramos por las voces de la radio o lo que se escucha en la calle. Y claro por la violencia diaria por parte de la policía que en el caso de la homosexualidad recibía una carga de ensañamiento extra. El tono del film es melancólico pero a su vez sugiere una cierta esperanza, y aunque sabemos que la relación de Carlos y La Loca no puede sino ser efímera y sin futuro, les regala a ambos algunos momentos de plenitud y felicidad, chispas fugaces en la oscuridad mezquina y brutal de la dictadura. TENGO MIEDO TORERO Tengo miedo torero. Chile / Argentina / México, 2020. Dirección: Rodrigo Sepúlveda Urzúa. Intérpretes: Alfredo Castro, Leonardo Ortizgris, Julieta Zylberberg, Sergio Hernández, Ezequiel Díaz, Luis Gnecco. Guión: Rodrigo Sepúlveda Urzúa, Juan Tovar. Sobre la novela de Pedro Lemebel. Fotografía: Sergio Armstrong. Música Original: Pedro Aznar. Montaje: Ana Godoy, Rosario Suárez. Dirección de sonido: Santiago Fumagalli. Dirección de Arte: Marisol Torres. Producción: Florencia Larrea, Lucas Engel, Gregorio González, Ezequiel Borovinsky, Alejandro Israel, Diego Martínez Ulanosky, Jorge López Vidales, Daniel Oliva Basso. Dirección de producción: Carolina Provoste. Duración: 93 minutos.
El guión de Rodrigo Sepúlveda y Juan Elías Tovar adapta la novela “Tengo miedo torero” del autor Pedro Lemebel, tomándose algunas libertades para conseguir que el libro se vuelva más cinematográfico. Lo mismo que en su momento hizo Héctor Babenco cuando realizó El beso de la mujer araña (1985) basado en el libro de Manuel Puig. La película, que transcurre con la dictadura de Pinochet como fondo, se concentra en el amor imposible que siente La Loca, un trans madura, hacia Carlos, un joven guerrillero perteneciente al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. La película es más interesante en el tema que en su desarrollo. Muestra que la fobia hacia las personas trans era de izquierda y de derecha indistintamente y busca entender el universo de la protagonista. Pero le falta esa vuelta artística que le permita ser más una película que una descripción de personajes informativa. Si Babenco se arriesgaba, con un tema parecido, a tener momentos más poéticos, acá el director prefiere quedarse más cerca de la literalidad. Hace treinta año hubiera sido más impactante, hoy no alcanza.
Amor no correspondido "Relato íntimo y sobrecogedor de dos personajes disímiles que nunca pierden de vista sus deseos y principios."Tengo miedo torero (2020) es la adaptación de la novela homónima de Pedro Lemebel. Entre disparos y boleros, una relación apasionada florece entre un travesti solitario, La loca de enfrente (Alfredo Castro) y Carlos (Leonardo Ortizgris), un joven guerrillero durante la dictadura de Pinochet. Escrita para la pantalla y dirigida por Rodrigo Sepúlveda. Como toda adaptación es común que se presente a controversias, pero Sepúlveda deja algo bien en claro; que ésta es una historia de amor por sobre todo. Destaca la interpretación de Alfredo Castro como La loca de enfrente, que jamás cae en excentricidades y mal gusto, La loca transmite ternura y humanidad. Completan el elenco Leonardo Ortizgris, como Carlos, Julieta Zylberberg, Luis Gnecco y Amparo Noguera. La banda sonora corre a cargo de Pedro Aznar, además de varios clásicos boleros que hacen de cuadro musical. La fotografía de Sergio Armstrong rememora algo de cine negro y algo del melodrama. Destaca el diseño de producción, arte y vestuario que transporta y sumerge al espectador a ese Chile dictatorial de mediados de los 80. "El filme logra que nos adentramos en este micromundo donde vive La loca, alejada de la más brutal realidad. No por esto niega lo que le sucede y es capaz de sentenciar una reflexión profunda donde lo político y lo sexual se unen cuando le declara a su amor: Si alguna vez hacen una revolución que incluya a las locas como yo, me avisas." Entre disparos y boleros, una relación apasionada florece entre un travesti solitario y un joven guerrillero durante la dictadura de Pinochet."
Si no hablamos Tengo miedo torero (2020) es la transposición cinematográfica de la única novela escrita por el escritor, artista visual y pionero del movimiento queer en Latinoamérica, Pedro Lemebel, quien sacudió a la conservadora sociedad de Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet a finales de la década del 80. Con dirección de Rodrigo Sepúlveda (2012) y la actuación de Alfredo Castro, la historia se centra en la relación que mantienen una travesti y un guerrillero mexicano miembro de la resistencia chilena. Tengo miedo torero es una adaptación de la obra original pero no sigue de manera fiel los acontecimientos que en ella se narraban. Sepúlveda junto al coguionista Juan Tovar tomaron la novela, se la apropiaron, e hicieron un recorte de la misma. Tengo miedo torero, escrita en 2001 y reeditada por Tusquets en 2019, se ubica en 1986 en Santiago de Chile. Carlos, un joven del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que va a participar del fallido atentado a Pinochet, vive una relación sentimental con una travesti: “La loca del frente”. Por otro lado Pinochet lidia en la intimidad con sus fantasmas y con Lucía, su mujer, obsesionada con los últimos modelos de la diseñadora Nina Ricci. La película deja de lado esta historia para centrarse en la primera. Lo político en su sentido más amplio es el eje sobre el que gira Tengo miedo torero. Alfredo Castro interpreta a “La loca del frente”, una vieja travesti, habitante de una casona destruida en un barrio popular, bastante alejado del centro, que cose y borda para la “gente importante”. A su modo, busca divertirse en medio de la violencia política que brota en las calles. Se evade de una realidad que según sus propias palabras le da miedo. No la desconoce pero tampoco asume un compromiso. Por un motivo que de casual no tiene nada se topa con Carlos (Leonardo Ortizgris), un apuesto joven mexicano. Las palabras avanzan al mismo tiempo que el coqueteo y pronto ella le ofrece su casa para guardar “unos libros de arte” que corren peligro. Claro que los libros no son libros y que en cuestión de horas la casa de “La loca” se vuelve en un centro de operaciones clandestino desde donde se planifica el atentado a Pinochet. Aunque todo esto sucede fuera del campo visual del espectador, el director se encarga, a través de ciertas dosis concisas y muy claras de información, de que si existía duda alguna de lo que se estaba tramando, está se disipe. Lo central en Tengo miedo torero es la deconstrucción política y social de un personaje ajeno a la realidad que se ubica en una zona de confort que le queda cómoda. Sepúlveda, dotado de una gran sensibilidad y conocimiento de los hechos, apela al melodrama opresivo, con influencias del cine del alemán Rainer Werner Fassbinder, para contar una historia que le escapa a la cursilería kitsch pero donde la canción romática no está ausente. Desde Paloma San Basilio a Chavela Vargas pasando por Elis Regina, Lola Flores y hasta Pedro Aznar, autor de la música incidental e intérprete junto a Manuel García del maravilloso tema de títulos finales, Si no hablamos, componen un soundtrack melancólico con sesgos almodovarianos. El punto más débil del film es un guion que por momentos avanza demasiado rápido y por otros se vuelve demasiado banal frente a la profundidad con la que busca reconstruir ciertos hechos históricos, pero que gracias a la gran actuación de Alfredo Castro se logra pasar por alto.